Nos invitan a un pueblo de tránsito, una localidad que se cruza camino de otra parte y de la que se desconoce toda singularidad que pueda albergar, salvo que organiza una cabalgata viviente de Reyes Magos. Esos son los escasos conocimientos que cualquier ignorante dispone sobre esta pequeña pero acogedora y emprendedora localidad, cuyo blanco caserío escala, a un lado y otro de la carretera, las laderas de la serranía de Aracena, ocultando a quien no se detiene en ella rincones recogidos, senderos y paisajes que extasían y la llaneza de unas gentes que se esfuerzan por mantener negocios e industrias que se resisten a desaparecer y dejar a su pueblo, Higuera de la Sierra, sin la riqueza, pequeña o grande, que puedan generar
Más que la belleza arquitectónica de placitas, fuentes y
calles empedradas, destaca la actitud de unos vecinos que se afanan por
continuar negocios que, si no fuera por ese romántico empeño personal, ya
habrían sido absorbidos por poderosos competidores. Son los casos de la
licorería Martes Santos, capaz de instalar un pequeño museo para que el
ocasional visitante admire una tradición artesanal en la elaboración de
anisados, y el de una fábrica de jamones y embutidos, de pequeña producción
pero de una calidad sorprendente, conseguida con paciencia y esmero.
Si tales atributos no fueran suficientes para que Higuera de la Sierra sobresalga entre los
lugares de nuestra memoria viajera, quedan las impresiones que nos dejan sus
gentes, entre las cuales se halla una compañera que nos contagia el orgullo de
su lugar de nacimiento y nos hace disfrutar de un día inolvidable, radiante de
luz y camaradería, y una gastronomía insuperable. Por su culpa, será imposible
no detenerse en este bello pueblo cada vez que pasemos por él, camino de dónde
sea. Bendita sea.
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