viernes, 19 de septiembre de 2014

Una de demonios


Los demonios andan entre nosotros, se integran en nuestras sociedades y alcanzan puestos desde donde pueden hacer el mayor daño posible a los pobres mortales que somos incapaces de verlos y reconocerlos. Algunos se dedican a empobrecernos materialmente, rebajando salarios, endureciendo condiciones laborales y limitando derechos y prestaciones por pura maldad. Son espíritus malignos, enviados de Belcebú, que disfrutan despojándonos de unas riquezas raquíticas, suficientes sólo para comer y vestir sin temer al mañana, para repartirlas entre sus seguidores y adoradores: avariciosos y acaudalados que profesan culto demoníaco a la especulación y al dinero.

Existen igualmente seres infernales que manifiestan su maldad impidiendo cualquier posibilidad de progreso y educación a las almas ingenuas que aspiran a la cultura como emancipación, seres del averno que se afanan en reducir o eliminar becas, que se mimetizan de moralistas para obligar que se imparta la asignatura de religión con la finalidad de adoctrinar en la resignación y la sumisión en vez de prepararte para eludir un destino de mano de obra barata, mansa y sin cualificar, carente de criterio y fuerza para la rebelión. Muy pocos descubren a estos demonios y se atreven a negarles valientemente el saludo, exponiéndose a sobrenaturales castigos. Estos malignos se empeñan en mortificar y obstaculizar las expectativas de mejora personal y social para que una élite formada por su lúgubre logia de feligreses conserve los privilegios en esta Tierra.

Pero hay más, son muchos más los demonios que nos tientan con tal de que la sociedad en su conjunto renuncie a sus logros colectivos y se deje arrebatar los derechos y libertades por los que, durante generaciones, ha estado luchando hasta conseguirlos. Son los que nos inducen a negar asistencia sanitaria a semejantes sin papeles o marginados, los que recortan las pensiones a los ancianos, los que impiden que la mujer decida sobre su cuerpo y la maternidad, los que encarcelan y expulsan a quienes huyen de la miseria saltando nuestras vallas en la frontera, los que golpean a estudiantes en las manifestaciones, penalizan las protestas contra los desahucios y desalojan a propietarios de sus casas para que un banco cobre una deuda, los que persiguen a pequeños delincuentes mientras conceden amnistías fiscales a poderosos evasores, los que niegan toda ayuda pública a los más desfavorecidos para crear nichos de negocio y mercado.

Tan inmensa es la legión de los hijos de Satanás que conviven entre nosotros que el miedo al infierno y sus demonios bíblicos resulta infantil. Por eso me divierte esta canción de Aute, en versión rockera de Rosendo, en la que la provocación de Lucifer no alcanza la malignidad gratuita de los verdaderos de carne y hueso que pululan sueltos en derredor nuestro. Esos sí que dan repelús.
 
 

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