Entre
Ningún enfrentamiento bélico había sido tan mortífero y
salvaje como esas Guerras Mundiales. Pero el horror llegaría hasta el paroxismo
en la II Guerra
Mundial, en que la locura nazi hizo arder el Continente entero para finalmente ser
sofocado cuando se extendía hacia oriente, tras calcinar desde España a Polonia
con las llamas de una violencia jamás conocida y que se materializaría con el holocausto
judío y los campos para el exterminio sistematizado. España, en aquella
ocasión, se posicionó a favor del saludo hitleriano, que el dictador Francisco
Franco remedaba cual monigote, sin siquiera ofrecer reparos a la utilización de
la península como zona de tránsito hacia África de tropas de la retaguardia alemana,
por mera simpatía fascista, e incluso celebrando la “ayuda” nazi para
bombardear ciudades del bando republicano, como Guernika, que hace aullar al
caballo de Picasso con el grito sordo que no se oye, pero estremece, como
explica Reyes Mate al hablar de memoria y justicia.
Hoy, 1 de septiembre, se celebran grandes homenajes periodísticos
a una de las guerras más irracionales (si es que existe alguna guerra racional,
en la que matar sea instrumento de convivencia) para cincelar a cañonazos la
identidad que hoy nos caracteriza como estados-nación y que pone las bases del
estatus del ciudadano. La evolución bélica de los imperios y la permanente
amenaza de la guerra obligan acordar relaciones internacionales y leyes que reconocen
la soberanía nacional y derechos constitucionales, que buscan la estabilidad y
seguridad jurídicas, pero que siempre están sujetos a los intereses de las
grandes potencias que dominan el tablero donde participamos de una partida que
se juega sin nuestro concurso, pero que determina nuestro presente y futuro.
Recordar el inicio de la
II Guerra Mundial sólo tendrá sentido si
asumimos aquella locura, en la que millones de personas inocentes fueron
asesinadas por simple fanatismo étnico y embriaguez bélica, para desentumecer nuestra sensibilidad
y descubrir, como explica Tadeusz Borowski, que: “No hay belleza si está basada en el sufrimiento humano. No puede haber
verdad que silencie el dolor ajeno. No puede llamarse bondad a lo que permite
que otros sientan dolor”. Es decir, si sirve para pensar de manera distinta
de lo que nos condujo a la barbarie.
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