El dolor de espalda, a la altura de la cintura, es muy desagradable porque te inmoviliza parcialmente, dejándote doblado como una escuadra. Forzar esa musculatura lumbar, para girar el cuerpo o incorporarte de la cama o una silla, hace que sientas un calambre punzante como el que debe sufrir un toro cuando se enfrenta al tercio de varas, aunque los aficionados a la tauromaquia aseguren que los toros no sufren. Será que ellos entienden sus bufidos, de los que deducen que son animales masoquistas. Con el lumbago, en cambio, además del dolor, te quedas a medio erguir hasta que poco a poco, mientras simulas pertenecer al planeta de los simios, logras enderezarte y adoptar una posición más acorde a la del homo sapiens.
Siempre es un fastidio padecer lumbalgia, un dolor que va
desapareciendo tan misteriosamente como sobreviene y del que todo el mundo se
presta a facilitarte recetas o conjuros para sobrellevarlo. Te aconsejan paños
calientes, relajantes musculares o ejercicio cuando ninguna de las tres cosas sean
prácticas habituales en ti y seas de los del pan, pan, y al vino, vino, odies
el deporte y el estado natural de tus músculos sea la flaccidez. Ello no evita
que los más enterados (on line, of
course, sin ser médicos) estén dispuestos a ayudarte a toda costa y se
explayen en advertencias sobre las posibles afecciones que podrían solaparse
tras un simple dolor de espalda: que si el riñón, que si las vértebras, que si
una rotura muscular o un ligamento, que si la edad… ¡qué se yo! Lo cierto es
que, una vez conoces por primera vez un lumbago, ya no te deshaces de él el
resto de la vida pues reaparece sin ninguna pauta previsible: a veces en
verano, otras en invierno, tras un esfuerzo puntual, sin hacer nada, cuando
cursas un resfriado, cuando más sano crees estar; es decir, cuando le da la
gana.
Sin embargo, algo bueno tiene: el lumbago no mata, pero
es sumamente caprichoso y parece disfrutar viéndote doblado. Más que una
dolencia orgánica parece un castigo por nuestro modo de vida envarado, como si
fuésemos los reyes de la creación y las demás criaturas tuvieran que estar a nuestros
pies. Ese dolor nos humilla a doblegar el espinazo, a hacer un esfuerzo
insoportable para mirar por encima del hombro a quienes nos rodean y acompañan.
Un simple lumbago es una especie de latigazo de humildad al orgullo que nos
mantiene erectos y altivos, cuando en realidad somos muy vulnerables, tanto que
hasta un lumbago nos vence. ¡Cuánta debilidad para tanto engreimiento!
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