Ya no tendré nadie que me escriba, una orfandad que padecerán millones de otros lectores, subyugados por la magia de un realismo fantástico que expandía los estrechos límites de nuestra realidad hasta los fabulosos y oníricos paisajes de su memoria, aquel Macondo de su infancia del que germinó un maestro de la literatura universal y un centinela del mejor periodismo, al que enriqueció con sus crónicas y reportajes. No hay Semana Santa más triste que ésta en la que lloramos la pérdida de este colombiano que nos susurraba al oído historias que nos encandilaron y nos permitieron acercarnos a la novela y la literatura sin los miedos que nos atenazaban. En las estanterías quedarán huérfanos El olor de la guayaba, Del amor y otros demonios, El coronel no tiene quien le escriba, La increíble historia de Cándida Eréndira, Vivir para contarla, La hojarasca, sus Cien años de soledad y una narrativa completa de Seix Barral.
El día en que iba a morir, el mundo entero ya estaba de luto
por Gabriel García Márquez. Así podría arrancar
la crónica de su propia muerte este narrador que mezclaba la fantasía y la
realidad para crear arte juntando palabras. Seguro que, dónde quiera que se
halle, estará fabulando nuevas historias que jamás podremos disfrutar. Descanse
en paz.
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