El eminente galeno argumenta que su propuesta no pretende implantar otro copago, sino establecer un “pago por usar mal los servicios”. Aunque intente una pirueta semántica, pago y copago son, en este caso, sinónimos referidos a pagar por lo que ya se ha pagado previamente con los impuestos: atención sanitaria. Es intentar, desde una mentalidad economicista, refinanciar un servicio público que adolece de problemas estructurales y organizativos que generan la saturación de las urgencias, y pretender remediarlos mediante la implantación de una tasa que disuada al usuario de utilizar tal servicio, no de corregir sus fallos.
Compartiendo, con seguridad, el “diagnóstico” inicial del
problema, el representante de los médicos escoge la “terapia” más cómoda, pero
injusta y a la postre ineficaz, de solucionarlo. No hace falta trabajar en ese
servicio para advertir que la inmensa mayoría de los casos que allí se tratan
no son verdaderas urgencias, sino afecciones que podrían ser abordadas en la
medicina primaria. Sin embargo, la masificación que sufren las urgencias, cada
vez más frecuentes y duraderas, denotan disfunciones más complejas que el
simple abuso por parte del ciudadano, pero que el médico de la Organización
Colegial se guarda siquiera de insinuar.
Por un lado, existe toda una política de “ajustes”
presupuestarios, impulsada por el Gobierno central y seguida obligatoriamente
por las autonomías (a causa de la reducción de las transferencias), que merman
los recursos materiales y humanos no sólo en la Sanidad , sino en todos los
servicios públicos. No deja de ser irónico que el presidente de la OMC propugne multar el
supuesto abuso de las urgencias en presencia de la ministra de la Sanidad , sentada a su
lado. Podría haber aprovechado la oportunidad para exigirle la dotación
presupuestaria suficiente para una correcta prestación de la sanidad, como
servicio público, sin tijeretazos que mermen su calidad.
Pero, aparte de los recursos, lo que evidencia el
comportamiento de los usuarios al preferir las urgencias cuando tienen
necesidad, es la ineficacia de la medicina primaria y preventiva. Un paciente
“aprende” ir a urgencias cuando, tras peregrinar por consultas y médicos de cabecera,
desemboca invariablemente en ese servicio como alternativa “práctica” que
resuelve su problema de salud. La tardanza con la que se realizan las pruebas complementarias
(radiografías, análisis, etc.), los impedimentos para la remisión de pacientes
a los especialistas, y los, en algunos casos, errores en la detección de las
patologías que, tal vez por las prisas con que se han de atender las consultas,
se producen en la medicina primaria, hacen que la segunda vez que el usuario
tenga que necesitar de atención médica, acuda directamente a las urgencias
donde acabó su primera y desagradable experiencia.
Pero, claro, denunciar esta situación delante de la ministra
del ramo es impropio de quien participa de ese sistema, pertenece al estamento
que organiza o aconseja los procedimientos asistenciales y es responsable del
deambular de cada paciente que se acerca a la sanidad. Lo más fácil es echarle
la culpa al usuario por “abusar” de las urgencias y, en última instancia, por
ponerse enfermo y utilizar los recursos de la sanidad pública de la manera que
ha percibido como más efectiva. Y la mejor manera de “disuadir” de su uso y abuso
es encarecerlo económicamente. Una nueva tasa que, diga lo que diga el
presidente de los médicos, no resuelve el problema, pero permite “acostumbrar” al
usuario a que pague como si tratase de una atención ofrecida por la medicina
privada. Y, mientras tanto, la ministra Mato tan sonriente y comprensiva.
Lo mismo que aquel impresentable representante de la
patronal, hoy en la cárcel, que decía que la prestación del paro sólo servía
para fabricar vagos, este burócrata de los colegios médicos arguye que las
urgencias las colapsan quienes desean saltarse las listas de espera, no porque
tengan miedo o estén preocupadas por lo que padecen. ¡Ojalá fuera así! Todo
abuelo que estuviera aguardando operarse de cataratas acabaría sentado en
Urgencias para solucionar el problema. Las urgencias no alivian las listas de
espera de diagnóstico ni terapéuticas, sólo resuelven situaciones agudas que el
que las padece considera graves y peligrosas para su vida. Si un médico de la
medicina primaria o preventiva le atendiera con idéntica eficacia y celeridad
que en urgencias, seguro que ningún paciente “abusaría” de ellas. Pero ese es,
precisamente, el problema: que la primaria funciona lento, tan lento que muchos
se mueren antes de llegar a urgencias. Y esto es lo que el presidente de la OMC se calló ante la ministra,
el muy cuco.
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