Por lo pronto, Rajoy ha retrasado el nombramiento del
candidato popular hasta el último minuto para mantenerlo en el Gobierno. Reúne
así la doble condición de ministro y candidato, lo que le permite disponer de una
tribuna gubernamental para hacer campaña electoral, un privilegio que deja a
los demás contrincantes en inferioridad de condiciones, al no poder
contrarrestar tan potente presencia mediática. La Junta Electoral Central está
maniatada para impedir este abuso de poder por parte de un Gobierno que “apura”
los plazos y se sirve de hechos consumados que no pueden ser revocados a tiempo,
aunque sean denunciados.
Y por otra parte, incidiendo en una estrategia de descrédito,
desde el Ministerio de Interior se propala un nuevo caso de presuntas irregularidades
por parte de la Junta
de Andalucía en relación con subvenciones a cursos de formación. Se difunde,
muy oportunamente, que la Unidad Central
de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF), adscrita a la Policía y Fiscalía Anticorrupción
(ambas dirigidas por el Gobierno), está investigando un supuesto fraude
cometido por empresas de Málaga, en su mayor parte, para cobrar subvenciones
por cursos de formación que en realidad no han realizado, malversando así más
de 2.000 millones de euros de fondos públicos aportados por la UE para un programa de fomento
del empleo, según relatan estos funcionarios del Ministerio de Interior. Se
trata, en realidad, del “adelanto informativo” de una investigación policial
que todavía ningún juez instruye, pero que sirve ya para “acusar” a la Junta de Andalucía, en manos
de los socialistas, de organizar otra trama de corrupción de proporciones
considerables, diez o veinte veces mayor que la de los ERE. De nada vale que la
propia Junta aclare que lleva siete meses investigando las subvenciones, que ha
revisado más de 4.000 expedientes de fondos de formación y que desde febrero
está colaborando con la
Policía para determinar el verdadero alcance de las
irregularidades detectadas. Llueve sobre mojado. Aún no hay acusaciones sustentadas
en indicios e imputaciones judiciales, pero se pone en marcha el ventilador de
la corrupción y se lanza la sospecha generalizada que, cuando se dilucide en
los juzgados, ya habrá obrado el efecto deseado: desacreditar y hacer perder la
confianza en los acusados -el Gobierno andaluz-, no sin parte de culpa, pero en
la misma medida que la de cualquier otro Ejecutivo en el que se detectan
irregularidades, pero con menos “aspavientos” mediáticos. ¿Será por la campaña
electoral?
Y para terminar, no me extrañaría tampoco que la jueza Alaya haga
acto de presencia e impute a nuevos cargos de la Junta de Andalucía (aunque la Audiencia Provincial
se los anule por falta de concreción en las imputaciones), multiplique autos
que involucren a personalidades que están aforadas (sin poderlas imputar, pero a
las que invita a declarar) y obligue a “pasear” ante las cámaras a todo un
abanico variopinto de testigos de todas las causas que lleva investigando desde
hace años, con pocos resultados “carcelarios” hasta la fecha: un solo
encarcelado (un exdirectivo de la empresa Vitalia) de un total de 166
imputados.
Lo más probable es que la actuación de la magistrada durante
este proceso no esté coordinada en el tiempo para beneficiar al Partido
Popular, pero las múltiples coincidencias que dan esa sensación y esos
resultados hacen despertar la curiosidad por ver qué sucede ahora con ocasión
de las elecciones europeas. El personal está “mosca” aguardando la confirmación
o el desmentido de este rumor, muy atento a las iniciativas de Mercedes Alaya,
como si se tratara de otro frente en la pugna partidaria.
Un frente que no se agota en los infundios, acusaciones y
estrategias que se ponen en marcha durante una campaña electoral. Sino que,
además, se dirime en los medios de comunicación, donde, según declara un
columnista de los considerados “afines” que escribe en ABC (David Gistau),
el periodismo se ve agredido por el poder político, en vista de la vigilancia
obsesiva de los grandes directores y editores (que despiden a los gacetilleros
díscolos) y ese “aplanamiento” que crea dependencia en una empresa o la hace
aniquilar (gracias a las subvenciones y la publicidad institucional).
Precisamente, la falta de un periodismo de calidad e
independiente es clara señal de un deterioro de la democracia en la sociedad de
la que forman parte, pues sin prensa libre no se puede producir el debate
franco y abierto del que se nutre la opinión pública. Cuando éste se cercena es
que no interesa que haya democracia, sino otra cosa que persigue y amordaza la
crítica e impide la participación ciudadana. ¿Tendrá ello algo que ver con los
papeles de Bárcenas que demuestran “ayudas” del PP a la empresa Libertad
Digital, de Federico Jiménez Losantos, y la ley antimanifestación que promueve
Rajoy? Es pura coincidencia.
Lo cierto es que en Andalucía se libra una fiera campaña por
los comicios europeos que no duda en utilizar cuántos instrumentos tiene a su
alcance para conseguir el respaldo de los votos, sin que los candidatos
ofrezcan aún ningún argumento ni promesa sobre lo que piensan hacer en Bruselas
para defender los intereses de esta región y este país. Aún no se habla de lo
que verdad importa y ya se mueven todos los hilos para “dirigir” la intención
del confuso y vapuleado votante. Es todo un espectáculo digno de cualquier
alumno de Maquiavelo y Goebbels.
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