Nos engañamos con marcas simbólicas, como ésta del cambio de año, como si el tiempo se moviera siguiendo el curso de una circunferencia que, a cada vuelta, retorna al punto de partida y va sumando giros. Pero no podemos evitarlo: somos seres cuya inteligencia se vale de símbolos para aprehender la realidad, empezando por ese sistema estructurado de signos que es el lenguaje, la gran convención simbólica que nos diferencia del resto de los animales y nos humaniza.
Es simbólico, también, proyectar propósitos para un tiempo
que deseamos nuevo y esperanzador, como si fuera factible con sólo desearlo. Sin
embargo, traspasar esas fronteras simbólicas que imaginamos en el paso de los
años nos permite recapitular y emprender iniciativas que se alimentan de la
energía de nuestras emociones y sentimientos. Nos sugestionamos con renovados
horizontes donde alcanzaremos lo que el presente nos niega o encontraremos las
respuestas a nuestras inquietudes y las soluciones a los problemas. Soñamos siempre
un mundo nuevo al que aluden todas las utopías. Un lugar y un tiempo en el que
lograremos materializar nuestros sueños o liberarnos de nuestras pesadillas. También,
mientras lo perseguimos, en lo que motiva al espíritu creador del hombre a
componer sinfonías que celebran ese espacio nuevo al que dirigimos nuestros
pasos. ¡Ojalá lo alcancemos en 2014! Y si no, deléitense con el segundo movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Antonín Dvorák.
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