El invierno ya se ha instalado entre nosotros, ha llegado con su cronometrada puntualidad y ha obligado que lo recibamos con ventanas y puertas cerradas a cal y canto para evitar que se cuele por las rendijas. No es que no nos alegremos de su llegada, que a mi particularmente me encanta porque lo soporto mejor que el verano, sino por una razón de fuerza mayor y es la de que este año será más difícil combatirlo. No por su culpa, que el invierno es siempre igual por estas latitudes, sino, sencillamente, porque muchas familias tendrán dificultades para mantener calientes sus hogares a causa de la subida de la luz, un encarecimiento que se decide cuando la mayoría de la población las pasa canutas para conseguir un empleo y, si lo tienen, para llegar a fin de mes.
En estas circunstancias, el Gobierno se enreda con las
productoras de electricidad, con las que negociaba una reforma del sector que
no ha llegado a ningún acuerdo, y se echa un pulso para ver qué porcentaje de
subida se traslada a los consumidores. Unos piden el 11 por ciento, y otros,
que algo menos. Nadie habla de congelar las tarifas, tan propio de la estación,
con la intención de permitir, al menos temporalmente, que los ciudadanos no sumen
más sacrificios a los que ya padecen con todas las medidas adoptadas por un
Gobierno que se caracteriza por los recortes y la supresión de derechos,
suprimiendo todo lo que considera “gasto”, como las inversiones en salud,
educación, dependencia, becas, cultura, investigación y pensiones, entre otras.
Si a los que todavía conservan una vivienda sin que hayan
sido desahuciados por los bancos les ponemos dificultades para habitarla en
condiciones humanas durante el invierno, es que la sensibilidad de nuestros
gobernantes ha desaparecido totalmente. No se trata de “regalar” la
electricidad, y menos cuando las empresas eléctricas han obtenido abultados
beneficiosos en medio de una crisis que a otros ha golpeado con tanta dureza. Se
trata de escalonar y aplazar una subida de las tarifas hasta superar la estación
invernal, medida que a buen seguro no causará grandes quebrantos en la cuenta
de resultados de estas empresas, para que los desafortunados que no tienen ni
para pagar la luz no se vean abandonados a morirse de frío.
Este año, la llegada del invierno ha sido gélida para estas
familias que se incorporan a lo que se denomina “pobreza energética”, una
consecuencia más del empobrecimiento general que se extiende entre la población
en sociedades que priorizan la economía a la dignidad humana. Y es que perdemos
la perspectiva, olvidamos el lugar que corresponde a cada cosa y situamos lo
material por encima del ser humano. Sin humo en las chimeneas, ninguna postal de
copos de nieves y paisajes de puro blancos será sinónimo de belleza invernal,
sino de carencia ética y frialdad inhumana. Es la terrible sospecha que nos
despierta este invierno, no por los rigores de sus temperaturas, sino por las
condiciones con que nos obligan afrontarlo. ¡Ojalá ande yo equivocado!
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