De Nelson Mandela ya está, probablemente, todo dicho y valorado hasta la saciedad su enorme contribución a la reconciliación y la libertad, no sólo en su país, donde supo vencer con su voluntad una de las discriminaciones raciales más crueles y humillantes de la historia, sino en el mundo entero. Su fallecimiento el jueves pasado, a los 95 años, no ha cogido a nadie por sorpresa, pues su estado de salud y la edad avanzada no hacían presagiar más que el final de un hombre que a partir de ahora permanecerá en la memoria colectiva de la Humanidad.
Del siglo XX que le tocó vivir apenas quedan iconos como el
que él representa. Fue un siglo convulso, que sufrió revoluciones, dictaduras y
guerras mundiales, de las que surgieron esos faros que alumbran el camino a los
que estaban envueltos en las tinieblas de la opresión, las injusticias y la
barbarie. Son luchadores pacíficos capaces de hacer frente, armados simplemente
con sus convicciones y una tenacidad inquebrantable, a imponentes retos que
acogotan al resto de los mortales. No son muchos, pero son formidables, de una
grandeza ética y una fe en la capacidad del ser humano para escoger el bien,
que los convierte en símbolos de la libertad, la paz y la concordia. Así era
Nelson Mandela, de la misma sustancia providencial de la que también estaban
formados Martin Luther King y Mahatma Gandhi, por citar ejemplos de un
pacifismo activo y triunfante.
Quienes disfrutamos de democracia y libertad en cualquier
rincón del planeta debemos ese privilegio a luchadores como los citados. El
empeño que dedicaron en condiciones difícilmente imaginables a defender valores
que ahora parecen incuestionables, porque forman parte de derechos que no
fueron otorgados de forma gratuita sino conquistados con sangre, cárcel o
muerte, deberá ser celebrado y tenido en cuenta permanentemente. Es fácil
olvidar lo que cuesta la libertad y el respeto a la dignidad de las personas.
El racismo que erradicó Mandela en Sudáfrica, donde imperaba
un apartheid que mantenía en la
opresión y sin derechos a la mayoría negra de la población mientras la minoría
blanca detentaba todos los privilegios y el poder, no es un peligro totalmente
eliminado. Siempre está a punto de colarse, con mil rostros distintos, por las
rendijas de nuestras sociedades en cuanto consentimos intercambiar derechos por
seguridad, libertades por economía, dignidad por trabajo, valores por rentabilidad,
personas por mercado.
Ha muerto un hombre bueno que, al desaparecer, se ha convertido en un icono para
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