En primer lugar, porque no me fío en absoluto de tales
certezas ni de las promesas. Las profieren expertos en ocultar sus verdaderas
intenciones y hasta de postergar acciones con tal de priorizar un interés
partidista al bien general. Fue, justamente, lo que hizo el Gobierno con los
primeros Presupuestos del Estado de la legislatura, que se demoraron hasta la
celebración de las elecciones autonómicas en Andalucía porque convenía a la
estrategia electoral del partido que gobierna el país. Si, de entrada,
anteponen lo “suyo” a lo de todos: mal empezamos. Eso no es andar recto.
Como tampoco es andar recto que todas las medidas adoptadas
hayan supuesto un aumento del paro en contra de lo prometido. Por mucho que lo
achaquen a la “herencia recibida”, alguna responsabilidad tendrán que admitir
de los efectos provocados con sus iniciativas en el mercado laboral, en el
aumento de las contrataciones temporales en detrimento de las indefinidas, en
el abandono del convenio colectivo para la negociación sectorial y en la
potestad omnímoda otorgada a la patronal para “ajustar” plantillas a precio de
saldo o reducir unilateralmente las retribuciones salariales de sus
trabajadores si estiman no ya pérdidas sino simplemente un estancamiento de los
beneficios. Es posible que muchas empresas comiencen a sentir la esperada
recuperación de la actividad, pero la mayoría de sus empleados no pueden
compartirla ni disfrutarla. Antes al contrario, se le exige mayores sacrificios
en aras de una “luz” que sólo vislumbra el Gobierno e ilumina a los grandes
directivos.
Porque si esos contratos temporales y unas condiciones
infinitamente peores constituyen la esperanza de empleo de la que hablan, mejor
sería encomendarse a la Virgen
del Rocío, como ya hiciera la ministra de Empleo, no por un trabajo, sino para
que nos procure políticos menos demagogos. No es precarizando el trabajo y
eliminando derechos de los trabajadores como se consigue la recuperación económica
y el dinamismo en el mercado laboral. Una mano de obra menospreciada, sin
cualificar y empobrecida sólo redunda en un consumo interno deprimido. Tampoco
esa supuesta “competitividad”, en cuyo nombre se cometen tantos atropellos y sólo
sirve para desproteger al trabajador, permitirá a nuestras empresas y sus productos
competir en un mercado globalizado si sólo se hace depender de los costes
salariales. Siempre habrá países tercermundistas con sueldos de miseria que nos
harán la competencia en cuanto a mano de obra barata, de menos de un euro la
hora, y atraerán la deslocalización de las empresas. Emularlos no es, por
tanto, la solución. Así sólo “avanzamos” para atrás, como los cangrejos.
Puede, también, que fluya el dinero, pero no hacia quién lo pide
prestado. La “sequía” de créditos y la falta de liquidez del mercado
financiero, motivos por los que el Gobierno concedió ingentes ayudas a los
bancos y determinaron el “rescate” que Bruselas impuso a España a cambio de
condiciones severas en la contención del “gasto” (desmantelamiento del Estado
de bienestar), probablemente estén siendo solventados, permitiendo la
recuperación de los damnificados, todos ellos pertenecientes a la fuerza del
Capital. Pero no trasladan ningún alivio a las familias ni a las pequeñas y
medianas empresas, que siguen sufriendo la escasez del crédito y dificultades para
la financiación de su actividad. Es una consecuencia injusta. Lo que se detrae
del “gasto” en la provisión de servicios públicos, restándolo de la atención de
las necesidades de una población que nada tiene ver con la crisis, se presta generosamente
a unas entidades privadas cuya insolvencia, ambición o mala gestión
contribuyeron, en buena medida, a la generación de la crisis económica. Es
hiriente que gran parte del dinero público prestado sea a fondo perdido, por lo
que correrá a cuenta de los contribuyentes, pero resulta dramático que el
Gobierno haya preferido premiar a los responsables de la crisis que socorrer a
las víctimas, a las que inflige un castigo añadido con todos los recortes realizados
hasta la fecha. Es ignominioso que la cuantía de estos “ajustes” sea
equivalente a las ayudas concedidas al sistema financiero. Otra vez se opta por
lo particular en vez del bien general. Si así se “avanza” hacia la
recuperación, no será en línea recta, sino siguiendo un tortuoso camino que
favorece únicamente a los poderosos. Poderosos cangrejos.
Existen mil ejemplos de este “avanzar” como los crustáceos
en el camino hacia la presunta recuperación y el crecimiento. Y todos castigan
al mismo perjudicado, a los ciudadanos de a pie que pagan sus impuestos a cambio
de unos servicios públicos en constante mengua y deterioro. Si “recuperación”
significa renunciar a conquistas sociales que contrarrestan desigualdades,
protegen a los desfavorecidos y proporcionan libertades y derechos a todos,
entonces el camino hacia esa recuperación es erróneo. Una equivocación que
parece constatarse cuando Alemania, país que dicta la política económica de
Europa e impone las restricciones que España asume sin rechistar, adoptará la
implantación de un salario mínimo que aquí los empresarios han denostado,
aunque no sea el más alto del continente, por ser referente de la tabla salarial.
Una senda tortuosa que nos han hecho recorrer quienes han acabado reconociendo
fallos en sus calificaciones financieras de nuestra deuda soberana o esas entidades
internacionales que han sido multadas por actuar como un cartel y usar prácticas
anticompetitivas para manipular los tipos de interés -como el euríbor- del mercado financiero.
Tanto deambular errático sólo es concebible en un cangrejo. Los que pertenecen a esa especie animal de pétrea coraza y pinzas temibles para proteger exclusivamente lo “suyo”, están encantados con la marcha. Obtienen pingües beneficios al ir para atrás, atropellando cuanto encuentran en su camino y sin respetar más norma que la que les conviene. Tal parece ser la trayectoria por la que el Gobierno conduce nuestra economía hacia la repetida “recuperación” y en la que atisba luz al final de una pesadilla que condena a cerca de seis millones de personas al paro, expulsa alumnos de la universidad, destruye a las clases medias, niega prestaciones públicas y elimina libertades y derechos de los ciudadanos, además de criminalizar las manifestaciones y protestas públicas y poner cuchillas en la frontera. Pero avanzamos, como los cangrejos.
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