Es viernes para mi y para un yerno real pillado por su ambición empalmada, viernes para una monarquía en progresiva desafección de súbditos y una república convertida en mito por la memoria; viernes de estirar una nómina menguante y para el dispendio de ayudas a la banca, viernes de una semana agotada en la búsqueda desesperada de trabajo, de recibir la negativa a subsidios de vergüenza o de ser expulsados de tu propia vivienda por un sistema que protege antes al dinero que a las personas; viernes de escraches ante las casetas ofensivas de una feria, festiva o social, que tilda de violencia nazi el grito de angustia de los desahuciados en su dignidad y respeto; viernes de contables y tesoreros que “barcenean” trapicheos partidistas que enriquecen una ideología y a sus voceros, mientras se recortan derechos y servicios a los mortales que sobreviven manteniendo incólume la honradez y la honestidad. Es viernes de primavera para un otoño de la solidaridad y el bienestar colectivos, un viernes caluroso en que hierve el mercado dominante. Viernes vísperas de misas por la vida de células embrionarias, pero también de denuncias del amor que puedan profesar personas adultas del mismo sexo. Viernes para la alegría o el dolor, para la diversión o el sufrimiento, para el trabajo o el descanso, para la libertad o el sometimiento; viernes para todos, también para mi.
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