Una vez más (¿cuántas?), los “sentimientos religiosos”
(eufemismo para referirse a creencias) han de acudir a un Código Penal obsoleto
para que nadie ose, en uso de su libertad de expresión, ni siquiera de forma
artística, opinar, valorar, cuestionar o recrear (pintura, teatro, música,
etc.) lo que no dejan de ser simples creencias o supersticiones que se
consideran intocables, como si fueran verdades absolutas irrefutables e indiscutibles,
cual la Ley de la Gravedad. Otra vez, una fe (insisto: una creencia, legítima
pero particular),sumamente suspicaz y aparentemente débil o vulnerable, ha de
ser protegida por un Código Penal que distingue como delito cualquier
manifestación que pueda interpretarse como “ofensiva”, es decir, que rebaje el
absolutismo de una verdad religiosa que ni es absoluta ni es verdad, sino
simple elucubración mental con ambición de trascendencia, semejante a la de
quienes consideran “sagradas” a las vacas y, por ende, intocables y divinas. El
sentimiento religioso de los que veneran a las vacas también podría sentirse “ofendido”
si cuestionas que son simples animales que a la parrilla están sabrosísimos. ¡Blasfemia!
Los quisquillosos de una fe tan frágil han vuelto a acudir a
la Justicia para que retire (censure) una exposición en Córdoba (la ciudad sede
de una Mezquita que el Obispado provincial se empeña en rebautizar de Catedral)
que muestra obras pictóricas de 14 artistas con las que reivindican, bajo el
título “Maculadas sin remedio”, una feminidad más profunda que “critica” el
mito religioso de la Inmaculada Concepción y otros estereotipos patriarcales
que ocultan la sexualidad de la mujer. Tras el dedo acusador de la denuncia,
presentada -¡cómo no!- por el Partido Popular, Ciudadanos y Vox (partidos
“constitucionalistas” que velan por la religiosidad de un país que la
Constitución declara “aconfesional” -parece que a esta parte de la Constitución
le prestan menos atención-), surge el fanatismo inquisidor, transformado enseguida
en el luterano malleus Dei (martillo
de Dios), que la emprende a navajazos contra los “herejes”: en este caso, la
obra “Con flores a María”, que apareció al día siguiente rajada de arriba
abajo, como haría todo buen talibán que se precie. Y todo porque la fe es intocable
y, a pesar de que el sentido común, la biología y la ciencia demuestren lo
contrario, cree que una mujer inmaculada y virgen fue madre de Dios y, por
creerlo así, no tolera que sea representada con la mácula irremediable de su
feminidad, sus pulsiones sexuales y sus síntomas menstruales, como todas las mujeres
“maculadas sin remedio” por imperativos fisiológicos de su organismo.
Los vigilantes de la fe -exclusivamente católica, por
supuesto- elevan el grito al cielo por el presunto “escarnio” que supone la
exhibición de un cuadro que presenta a una mujer con apariencia de la Virgen María
levantándose el manto y tocándose su zona genital, lo que de inmediato es considerado
un insulto a los sentimientos religiosos y los dogmas de la fe católica de la
mayoría de los cordobeses. Pero, en vez de no ir a la exposición, como haría
cualquier tolerante con lo que no le gusta o disgusta, estos émulos del Santo
Oficio prefieren prohibir la exposición para que nadie pueda contemplar unos
lienzos, provocadores pero artísticos, que cuestionan dogmas establecidos,
aunque sean religiosos. Pierden, así, la oportunidad de respetar, ellos
también, esa libertad de expresión y opinión que la Constitución reconoce a
todo ciudadano, cordobés o de cualquier lugar de España, sea creyente o no.
Exigen respeto quienes no respetan las opiniones de los otros, demostrando una
intolerancia impropia en una democracia. Y apelan a unos intangibles y
subjetivos “sentimientos religiosos” como motivo suficiente para silenciar y hasta
penalizar cualquier crítica o cuestionamiento de la doctrina o ritos religiosos.
Algo inconcebible -sentirse ofendido- con otras ideas o convicciones, tanto políticas
y económicas como culturales, sociales y hasta éticas o morales (menos las
religiosas), en las que la crítica y la confrontación de opiniones enriquecen
el debate y aclaran “sombras” que predisponen a la manipulación. Por ello, resulta
obsoleto un Código Penal que contemple la ofensa al sentimiento religioso como
ilícito punible.
Manifestación del Coño Insumiso |
Tampoco se entiende una fe que precisa ser defendida por los
tribunales de justicia cuando se siente cuestionada por los incrédulos que no
la profesan. Una fe que exige la aceptación indiscutida de su credibilidad, so
pena de condenas administrativas -penales- o espirituales -el infierno- en vez de reclamar respeto, que no la sumisión, como cualquier opinión personal que, por
legítima que sea, es susceptible de ser discutida, rebatida y, por supuesto, rechazada
por quien no le convence ni quiere verse obligado a asumirla. Los creyentes pueden
organizar sus vidas en función de su fe, pero no imponer sus ideas a la
totalidad de la población ni blindar sus creencias con una protección penal
para acallar o impedir toda crítica o disenso. La fe no es ninguna ley, sino una
creencia que se limita al ámbito particular del ciudadano. Como ser vegano y,
no por ello, sentirse “ofendido” -y reclamar castigo penal- por quienes cuestionan
y representan lo opción vegetariana críticamente en obras literarias y
artísticas e, incluso, en manifestaciones públicas.
Si se puede discutir del rey, de la política económica, del
aborto o de la configuración territorial de España, por ejemplo, ¿por qué no se
puede disentir del mito de la inmaculada concepción o de la religión -cualquier
religión- como constructos surgidos
de nuestra imaginación que nos aportan consuelo y esperanza ante el misterio de
la muerte y la trascendencia? ¿Por qué no reírnos de nuestros miedos? Pues eso
es lo que hacen las artistas de “Maculadas sin remedio”: desvelar nuestras
tendencias mitológicas, enfrentándolas con la realidad de nuestra naturaleza biológica.
Si ello hiere su fe, ¿qué fe es esa que se ofende tan fácilmente?
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