En nuestros gustos y costumbres, sucumbimos de buen grado a
lo fácil y cómodo que el mercado, siempre atento a nuestras tendencias como
consumidores, nos ofrece en bandeja de manera constante. Rehuimos del esfuerzo
y complicaciones, aunque sean la manera más segura de coronar nuestras metas y
ambiciones (tanto de ocio como de formación o trabajo), para entregarnos a lo
ligero y asequible, a sabiendas de que esa facilidad va en perjuicio precisamente
de la calidad y la satisfacción duraderas, y no garantiza ningún objetivo. Como
consumistas compulsivos, valoramos más al sustituto que el original en muchos aspectos
de nuestros comportamientos y apetitos cotidianos. Es por ello que preferimos
hablar por el teléfono móvil antes que conversar directamente con una persona
física. De hecho, es posible que constituyan una mayoría los que interrumpen
una conversación para atender con entusiasmo una llamada telefónica, a la que
conceden prioridad. También, a la hora de conservar un buen estado físico, sean
muchos los que se decantan por el gimnasio y sus máquinas antes que correr al
aire libre por un parque o levantar mancuernas en su casa. Sin el estímulo del
sudor gregario, competitivo y hasta exhibicionista del gimnasio, algunos
abandonarían su preocupación por los músculos y la figura corporal. La soledad les
resulta aburrida.
De igual modo, son legión los que eligen una película frente
al libro del que se extrae la historia, incluso aguardan a la versión
cinematográfica del mismo, a sabiendas de que el relato literario pierde
riqueza, complejidad y detalles en su traducción audiovisual. Se excusan con el
tópico de que una imagen vale más que mil palabras. Pero no deja de ser una consecuencia
de aquellas vagancias infantiles que nos hacían adictos a las viñetas de los
tebeos y reacios a los textos escritos. Una tendencia a lo simple que, en
última instancia, nos ha empujado masivamente a sustituir el whatsapp escrito y leído por el dictado
y escuchado, el antiguo mensajito sin límite por el tuitt de 14 caracteres, y la arcaica carta de correos por todo lo
anterior. Nos hemos vuelto vulnerables -y manipulables- por lo fácil y cómodo,
aunque ello nos obligue a modificar costumbres y olvidar los buenos modales. Modernos
pero incívicos individualistas.
Ese afán por la copia fácil que sustituye a lo original y complicado va a peor. Lo último será, al parecer, comer carne sin que sea carne,
sino un manufacturado vegetal que, aseguran, servirá para abaratar costes, disminuir
sacrificios de animales y librar de complicaciones la cocina. Carne vegetal con
apariencia, sabor y hasta olor de la carne original, que tanta grasa suelta,
ensucia y engorda. Pero su precio, ya lo verán, será equivalente al de la carne
animal, si no más caro. Se trata de un paso más hacia ese futuro, en el que ya estamos,
en que las copias y las sustituciones nos harán olvidar lo original y
auténtico. Entonces tomaremos, como lo más natural del mundo, hamburguesas de
carne artificial, café descafeinado, leche desnatada, sacarina, refrescos que
no se extraen de ninguna fruta, vasos de cartón, cubiertos de plástico, vistamos
tejidos sintéticos, nos desplacemos en patinetes eléctricos y paguemos todo
ello con bitcoins o tarjetas en vez de dinero en efectivo, mientras charlamos por
el móvil con ese amigo virtual que tanto nos entretiene la existencia. ¡Qué
asco!
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