Tras toda una legislatura implementando iniciativas que han perjudicado considerablemente a los trabajadores y las clases medias -sectores que comprenden la mayor parte de la población-, sucumbiéndolas al paro, a la precariedad laboral y salarial y a la restricción de ayudas, derechos y libertades como nunca antes en la historia reciente de España, los españoles, cual masoquistas, apuestan y votan mayoritariamente a quienes les infligen castigos tan lesivos y empobrecedores. Medidas semejantes y acaso no aplicadas de manera tan inequitativa y rigurosas en otros países, han bastado para retirar la confianza a los gobernantes y apearlos del poder. Tanta injusta austeridad impuesta sobre todo a las clases sociales menos pudientes y, por tanto, más vulnerables e indefensas, ha provocado la reacción en contra de los afectados y el más contundente de los rechazos en las urnas. Salvo en España.
A pesar de una Reforma Laboral que ha abaratado el despido y
ha desvalijado las conquistas que protegían al trabajador frente a los
empresarios, como eran los convenios colectivos y toda suerte de derechos
contra el abuso empresarial, tendentes a facultar a las empresas a dictar
unilateralmente las condiciones laborales, reducir salarios, precarizar el
trabajo y obligar a trabajar más horas que las que reflejan las nóminas, no ha
desmotivado a cerca de ocho millones de personas a mantener su apoyo al partido
que defiende estas medidas y promete continuar aplicándolas y hasta profundizar
aún más en su extensión y severidad. Los trabajadores que las votan creen que,
permitiendo que los poderosos y ricos sean más poderosos y ricos, ellos recogerán
las migajas de una riqueza que les niega estabilidad en el empleo y dignidad
laboral y salarial.
De igual modo, los estamentos medios de la sociedad, que ya
aceptan el copago farmacéutico, el repago en algunas prestaciones y atenciones
sanitarias, el endurecimiento de los requisitos para tener derecho a una
jubilación, la disminución en la cuantía de las pensiones, congeladas
indefinidamente con el subterfugio de un mísero incremento anual a todas luces insuficiente
para mantener poder adquisitivo, los recortes salariales de los funcionarios,
con la pérdida incluso de alguna paga extra, el aumento de sus cargas y horas de
trabajo y la disminución de las plantillas, la cínica eliminación de las ayudas
a la dependencia mediante asfixia presupuestaria y la parálisis de las evaluaciones
de clasificación para tener derecho a ellas (cuando se conceden ya se ha muerto
el anciano), la disminución en número y cantidad de las becas a los
estudiantes, la rebaja en la cuantía y duración de las prestaciones por
desempleo, el aumento de los impuestos directos
(IVA) en artículos de primera necesidad y productos culturales (libros, espectáculos,
etc.) que penalizan a los menos pudientes, y toda una serie de tijeretazos a
derechos y libertades que criminalizan las protestas, coartan las
manifestaciones e impiden el ejercicio de derechos reconocidos en la Constitución , nada de
ello tampoco ha disuadido a los que votan a quienes perpetran estos atentados contra
los ciudadanos. Causa rubor que iniciativas parecidas sean combatidas con
virulentas alteraciones callejeras en otras latitudes, como Francia, mientras aquí
reciben el respaldo electoral de una mayoría de españoles, aún se vean
afectados por ellas con un empobrecimiento innecesario.
Pero si hay algo que resulta totalmente incomprensible,
mayor aún a lo ya señalado, es el refrendo que consigue en las urnas la
corrupción que caracteriza al partido que gobierna España, imputado
judicialmente por financiación ilegal y que no deja de sorprender con nuevos
casos o nuevos corruptos cada vez. A los votantes masoquistas del Partido
Popular parece no preocuparles la corrupción que emana continuamente de esa
formación, incluso allí donde el saqueo del dinero público ha sido
asquerosamente desmedido y está siendo objeto de una compleja investigación
judicial, como es Valencia y Madrid, centros de la trama Gürtel. En ambas
plazas, la hipocresía generalizada vota masivamente al partido que tiene a
todos sus extesoreros implicados por corrupción y a muchos de sus políticos señalados
por ella, siendo portadores de sobres con sobresueldo con dinero obtenido
gracias a la corrupción y mentir sobre sus inversiones en paraísos
fiscales (Soria), elaborar amnistías fiscales para los evasores (Montoro) e,
incluso, utilizar las instituciones del Estado con fines partidistas, como se
descubrió en unas grabaciones al ministro del Interior (Fernández Díaz). Esa
corrupción política que corroe las altas esferas de las instituciones no se
castiga en las urnas, sino que se premia de manera contumaz con el voto de los
masoquistas que nada les duele, aunque ello conlleve el deterioro de los
servicios públicos, una mengua por robo de las arcas públicas y una inevitable
desintegración del sistema democrático que hasta la fecha nos ha proporcionado
el mayor período de paz y prosperidad relativas.
Si algo ha desvelado las últimas elecciones generales ha
sido que España es un país de masoquistas capaces de votar mayoritariamente a
quienes se ensañan con los más desfavorecidos y resisten sin rechistar
cualquier opresión y abuso. Somos así, qué le vamos hacer.
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