Hoy sí, hoy es el viernes más santo del año, el oficialmente santo por decreto religioso que impone la festividad en el calendario para recordar una pasión que los cristianos celebran de manera pública, a la vista de todos. La ciudad apenas ha dormido persiguiendo procesiones nocturnas de cristos y vírgenes que, con ríos de velas rompiendo la oscuridad, recrean un imaginario de dolor, castigos e injusticias en quien consideran sobrenatural y eterno. Los creyentes se entregan a la fe más exhibicionista y los indecisos se dedican a la contemplación de capirotes y gentío que colapsan el centro urbano. Hasta el dolor del luto hay que lucirlo con la elegancia de mantillas y peinetas que atestigüen abiertamente un sentimiento que no puede ahogarse en el pecho, sino que ha de ser exteriorizado espectacularmente.
Los que recibimos todos los viernes del año como si fueran santos, este de hoy
nos resulta extraño. La excepción se transforma en regla, y la tranquilidad y
el descanso son sustituidos por la masificación festiva que desborda calles,
bares, iglesias, playas, cines, museos y todo cuanto era refugio del silencio. Hoy
es un viernes oficialmente santo, por desgracia.
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