Pero ya es definitivo: aquel monumento a la insensatez y la
avaricia especulativa va a ser demolido en cuanto se ejecute el acuerdo
alcanzado por el Gobierno Central y la
Junta de Andalucía para repartirse los gastos que conlleva
ejecutar la sentencia y devolver aquel enclave a su estado natural. Uno correrá
con el coste de la demolición, y la otra, con los de la restauración de la
zona, asumiendo ambas Administraciones acometer los trabajos a la mayor
brevedad posible y que la actuación prevista sea irreversible. Y es que la
reparación del paisaje no es un tarea fácil ni barata: se trata de restaurar 6,5 hectáreas de
terreno y demoler una superficie construida de 43.840 metros cuadrados ,
que desprenderán 60.000
metros cúbicos de residuos, de los cuales 40.000 metros cúbicos
deberán ser trasladados a vertederos. A más de siete millones de euros asciende
el presupuesto de todo ello, incluyendo los gastos de posibles indemnizaciones que
pudieran derivarse de estas actuaciones.
No es un precio caro por conservar una zona libre de la
estupidez urbanística y especulativa y por proteger un medio costero que, en
sí, es sumamente frágil y vulnerable a los atentados que le ocasiona una
actividad humana que no atiende a la sostenibilidad ni al respeto del medio
ambiente. El hotel Algarrobico ha constituido un entuerto urbanístico, medioambiental,
legal y político que, a pesar de los años de lucha, al final ha sido corregido
por la Justicia. Ha
prevalecido, afortunadamente, la razón y la sensatez, al menos en este caso,
frente a los dictados de una lógica mercantil y especulativa que valora las
cosas, también a las personas, en función de su rentabilidad económica. Adiós,
pues, al disparate del Algarrobico, iniciativa que perseguía sólo el lucro
privado de un promotor a costa del atropello de un paisaje natural, de su flora,
su fauna y… del interés general de los ciudadanos. Adiós al hotel Algarrobico.
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