Supimos, por ejemplo, del sindicalismo cuando éstos
comenzaron a emerger en la vida pública, primero como entidades ilegales bajo
la dictadura e infiltrándose en las estructuras del sindicato vertical del
franquismo hasta desalojarlo y, seguidamente, organizando peligrosas jornadas de
lucha que eran reprimidas con una dureza desproporcionada por la policía del
régimen, que metía en la cárcel a los dirigentes que las convocaban. Muchas
huelgas en aquellos años fueron causa de años de prisión para el comité de
empresa que las declaraba y punto de inflexión para la definitiva implantación
del sindicalismo democrático en España. A los de mi quinta, la imagen que ilustra
las reivindicaciones sindicales germinales de aquellos tiempos es la del Proceso 1001 o la de un Marcelino
Camacho, líder del otro gran sindicato español Comisiones Obreras (CC OO), vestido con el simbólico jersey con el que se enfrentó a la represión y
el presidio de manera pacífica pero firme, como un Gandhi español. Tal es
nuestra valoración de los míticos personajes que se jugaron la piel para que
los sindicatos, como instrumentos al servicio de los trabajadores, consiguieran
implantarse en nuestro país. Nuestra memoria sentimental alberga, desde
entonces, componentes de ese movimiento sindical que fue conquistando su lugar
con enorme esfuerzo y lucha entre la clase trabajadora y arrancando derechos y
mejoras laborales que, hoy en día y con pretexto de la crisis económica,
vuelven a ser negados o “recortados” a los trabajadores.
Toda esta amalgama de recuerdos, imágenes y sensaciones brotan
espontáneas al conocer por los medios de comunicación que Cándido Méndez deja
la secretaría general de UGT (Unión General de Trabajadores) tras 22 años al
frente del sindicato. Había tomado el relevo, en el año 1994, al histórico
dirigente Nicolás Redondo, quien había conducido la UGT desde la clandestinidad
hasta el primer puesto del sindicalismo español, al convertirlo en el sindicato
mayoritario del país en la década de los ochenta, no sin enfrentamientos con su
partido “hermano”, PSOE, contra el que secundó una huelga general que Felipe
González jamás le perdonó, y con el escándalo por los afectados de la quiebra
de una promoción de viviendas promovida por el propio sindicato.
Cándido Méndez es de esa clase de sindicalistas que están
predestinados genéticamente a serlo. Se afilia a UGT cuando contaba sólo 18
años y desde tan temprana edad comienza a involucrarse en la lucha obrera y en
la gestión sindical, alcanzando ser secretario general del sindicato por la
provincia de Jaén y, en 1986, secretario general de UGT Andalucía. Y de allí,
tras las zozobras de la dirección anterior apuntadas más arriba, es elegido
secretario general a nivel nacional del sindicato.
Afortunadamente para nuestro país, hubo y hay muchas más
personas que, con su voluntad y dedicación, han contribuido que el movimiento
sindical apuntalara la construcción de la vulnerable democracia española y
consiguiera para los trabajadores parte de sus beneficios y oportunidades.
Desde que en el año 1977 se legalizaran las centrales sindicales y se
permitiera el pluralismo con el reconocimiento de UGT, Comisiones Obreras (CC
OO), Unión Sindical Obrera (USO), el sindicato vasco ELA-STV, Sindicato de
Obreros del Campo (SOC) y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), figuras
como Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, Antonio Gutiérrez, Paco Casero, Diego
Cañamero, Eduardo Saborido, Fernando Soto y muchos otros tomaron el testigo del
activismo social y obrero que promovían, en ámbitos paralelos, entidades
vinculadas a movimientos cristianos de base, como las Hermandades Obreras de
Acción Católica (HOAC), la Juventud
Obrera Cristiana (JOC), etc.
Los que nunca hemos estado afiliados a ningún sindicato ni a
partido político alguno tenemos una deuda de gratitud con cuantos han batallado
para que en nuestro país se reconozcan los derechos laborales y las libertades
individuales y públicas. Como trabajador y como ciudadano me siento protegido y
amparado por unas organizaciones que, más bien que mal, defienden y velan por
nuestros intereses, sin importar que la desidia nos haga escamotear una cuota o
no participar más activamente con ellas en pos del progreso y la prosperidad
comunes.
En el adiós de un sindicalista histórico, la memoria nos
hace caer en la trampa romántica de los remordimientos y las añoranzas, pero no
en la ingratitud y el desprecio hacia quienes, como Cándido Méndez, han dedicado su vida
para que la derrota del trabajador no sea completa y el poder del capital,
absoluto. Gracias, compañero.
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