Esta sonda, de 4332 kilogramos , está
formada por un módulo orbitador TGO (Trace Gas Orbiter) y una cápsula que
descenderá a la superficie del planeta, (Schiaparelli), construidos ambos elementos
para ESA por empresas francesas e italianas, respectivamente. Portan
innumerables instrumentos para analizar la atmósfera marciana e identificar el
origen del gas metano detectado en ella, y verificar mediante sensores y
cámaras fotográficas el descenso y aterrizaje de la cápsula en la zona escogida,
cerca, por cierto, de donde se halla el vehículo Opportunity de la NASA. El impulsor que ha
elevado la sonda hasta la órbita desde la que emprenderá rumbo al planeta rojo
ha sido un cohete ruso, modelo Protón-M, el lanzador más potente en servicio y
de amplia experiencia en la astronáutica rusa. La nave, con el módulo y la cápsula,
deberán alcanzar Marte en octubre próximo, si no se produce ningún fallo. Se
trata de la segunda misión europea con destino al planeta rojo y la primera que
Europa emprende en colaboración con Rusia para la investigación del vecino
planeta y que forma parte de un proyecto ambicioso que contempla el envío de
otra nave, en 2018, con el objetivo de situar un robot (rover) sobre la
superficie de aquel planeta.
De esta manera, mientras Europa cierra, por un lado, las
puertas a refugiados procedentes de los conflictos que rodean al continente aquí
en la Tierra ,
por el otro, abre las claraboyas al espacio en busca de conocimientos que
aclaren nuestro origen y el lugar que ocupamos en el Universo. Egoísmo y
curiosidad que explican el comportamiento en un rincón del mundo, capaz de
negar el acceso a sus vecinos que huyen de la miseria y la muerte y,
simultáneamente, emprender proyectos cósmicos que satisfagan la inquietud
científica, tecnológica e industrial que el raciocinio más instrumental hace
posible. Acaso esas dos actitudes aparentemente contradictorias, como caras de
una misma moneda, sean las que han ubicado al ser humano en la cúspide de la
escala animal: movido por el egoísmo no ceja en la búsqueda de nuevos recursos,
territorios o conocimientos que permitan su supervivencia.
En competición con otras potencias, Europa se lanza ahora
hacia la “conquista” de Marte, invirtiendo recursos económicos que revierten en
aplicaciones técnicas, avances científicos y desarrollo industrial que
convierten a esta zona del globo en un lugar destacado entre las regiones más
desarrolladas del mundo, posibilitando una actividad económica y comercial de
primera magnitud. Cabría esperar que el mismo ingenio y recursos se inviertan
en socorrer y acoger a los que acuden a nuestras fronteras solicitando
protección y ayuda. Europa puede ir hacia Marte, faltaría más, pero sin huir de
su responsabilidad con la solidaridad hacia otros pueblos del planeta Tierra.
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