Con todo, el acuerdo de París supone un hito formidable, de
enorme trascendencia, en la lucha mundial contra el cambio climático, tras más
de 20 años de reuniones y declaraciones bajo el amparo de Naciones Unidas que
condujeron al fracasado Protocolo de Kioto, que establecía límites a cada país
para la emisión de CO2 que sólo cubrían el 11 por ciento de las emisiones
mundiales. Esta vez no se imponen obligaciones sino que serán compromisos voluntarios para frenar las emisiones
que los países asumen en función de sus necesidades y posibilidades. Otra
novedad es que tales compromisos serán verificados y sometidos a revisión para
adaptarlos al objetivo de impedir el sobrecalentamiento del planeta. A este
acuerdo se han adherido 186 de los 195 países reunidos en París, entre ellos China, India y Estados Unidos, cuyas
economías son las más contaminantes del mundo. Es por ello que el acuerdo
de París tiene una magnitud histórica, al conseguir unir por primera vez a
todos los países en un pacto global contra el cambio climático. Y por zanjar
definitivamente la discusión sobre la evidencia científica del calentamiento del
planeta a causa de la actividad humana. Ya nadie duda de la existencia de este
problema planetario y todos se comprometen a enfrentarlo, limitando y
reduciendo sus emisiones de gases con efecto invernadero.
Se asumen, por fin, “responsabilidades comunes” entre todos
los signatarios del acuerdo, “pero diferenciadas” según se pertenezca a países
del mundo desarrollado, emergente o en vías de desarrollo, fijando para los
primeros plazos más cortos para limitar sus emisiones lo antes posible y dando
más tiempo al resto, con la meta de que, en la segunda mitad de este siglo, se
deberá conseguir el equilibrio entre emisiones y la capacidad de absorción de
esos gases, principalmente del dióxido de carbono. El acuerdo, tras un período
de firma y ratificación en Naciones Unidas, entrará en vigor en 2020 y, con él, los planes de reducción a los
que se comprometen (“contribuciones” nacionales) los 186 países que ya los han
negociado. Dado que con estas primeras “contribuciones” no se podrá detener el
aumento de la temperatura global, todas ellas se revisarán al alza cada cinco
años, hasta conseguir el objetivo acordado de no exceder los dos grados de
aumento. El calendario fija para 2018 el primer análisis de tales
contribuciones, y la primera actualización en 2020, con la entrada en vigor del
acuerdo.
Este reconocimiento de las propias insuficiencias del
acuerdo, a pesar del triunfalismo con el que se anunciado, es lo que subrayan
muchas de las críticas procedentes del ámbito científico y de las
organizaciones ecologistas no gubernamentales. Destaca entre ellas la del
pionero en el estudio del cambio climático, James Hansen, quien en declaraciones a The Guardian manifestó: “Estamos ante un fraude y una farsa”,
puesto que el acuerdo no ha establecido compromisos ni calendarios de obligado
cumplimiento.
En España, Ecologistas
en Acción, por su parte, denuncian como “decepcionante” e “insuficiente” lo
acordado en París, en especial porque “carece de herramientas necesarias para
luchar con eficacia contra el calentamiento global” y por perder “una
oportunidad de reforzar e internacionalizar un cambio de modelo basado en las
renovables”. Y Juan Carlos del Olmo, secretario general de WWF España, avisa de que, a pesar de que el acuerdo es un primer
paso importante, no impide que España siga “quemando carbón y apoyando las
prospecciones de petróleo y gas y no se comprometa de verdad con un modelo cien
por ciento renovable y a terminar con el apoyo a las energías contaminantes”.
Es decir, que los buenos propósitos con los que bajan de la
“loma” de París los defensores del uso de energías limpias no parecen
suficientes, según los críticos, para adoptar de manera urgente las medidas que
aceleren el cambio hacia una economía baja en carbono. Reconocen la importancia
del acuerdo, pero advierten que la meta ambiciosa de frenar el aumento de
temperatura le faltan medios también ambiciosos para conseguirlo realmente. Y
señalan que habrá que seguir presionando con acciones nacionales para acelerar
la reducción de estas emisiones contaminantes, brindar recursos para la
transición energética en las economías en vías de desarrollo y proteger a los
países más vulnerables, como explica la delegación de WWF para las
Negociaciones Climáticas de Naciones Unidas.
Y es que el acuerdo de París no satisface completamente, como era de esperar, a nadie, aunque tampoco se puede negar su importancia en el compromiso global por la lucha contra el cambio climático. Sin imponer obligaciones y con plazos indeterminados, al menos supone un aviso de que las economías del mundo tendrán que adaptarse a no utilizar los combustibles fósiles y transitar hacia un modelo sostenible basado en las energías renovables. Tal vez una entelequia, observando cómo España ampara a unas y castiga el desarrollo e implantación de otras, como la termosolar de la que este país es referencia mundial en investigación e innovación tecnológica. París es un hito histórico que deja abiertas muchas incógnitas y a demasiadas personas expuestas a los peligros de la elevación del nivel del mar, tormentas cada vez más virulentas y sequías más extremas. Los peligros del cambio climático siguen vigentes, incluso desde la loma de París.
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