Diciembre retorna a nuestras vidas con sus
nostalgias fugaces y sus gélidas alegrías que ruborizan la piel y acongojan el
alma. Regresa la caricia helada de unos días que nos hacen estremecer al
acostarnos y despertarnos, como si el frío vaho nos permitiera descubrir la
soledad que nos amortaja en la cama. Vuelve diciembre con su pureza estéril
sobre las cumbres serranas y el rojo inútil del calendario festivo de nuestros
ocios mundanos y consumistas. Viene acompañado de la felicidad impuesta por
comercios y costumbres que pastorean afectos y sonrisas luminosas cual papeles
de regalo. Así nos acaricia diciembre en su empeño por despedir el año con promesas que
nunca se alcanzan y el consuelo de nuevas oportunidades para intentarlo. Y para
atraparnos, una vez más, con las notas pulcras y sublimes de una música que nos
aparta de nuestras preocupaciones y nos libera de las ataduras de la
cotidianeidad. Vuelve diciembre con sus heladas caricias de hipocresía e ilusión.
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