Fuente: Europa Press |
Tal conclusión es, justamente, lo que se desprende de los
resultados de los comicios para la elección del presidente de Gobierno que
acaban de contabilizarse. Con ese resultado, el presidente puede ser cualquiera
o ninguno de los cabezas de lista de los partidos que han obtenido mayor representación
parlamentaria. Ninguno goza de mayoría suficiente, por lo que el futuro Jefe
del Ejecutivo dependerá de pactos que garanticen la mayoría absoluta para
gobernar. Un escenario que, aún siendo augurado por todos los sondeos previos y
hasta temido por algunos partidos, no deja de ser peculiar y novedoso en
España. Unos resultados que inauguran una nueva época que obligará a una nueva
forma de hacer política. Ni mejor ni peor, simplemente distinta. Y a la que
tendremos que acostumbrarnos.
Más de 36 millones de españoles estaban convocados a ejercer
su derecho al voto, millón y medio de los cuales eran jóvenes que se estrenaban
como electores por primera vez, y este mosaico político es el que ha emanado de
su voluntad depositada en las urnas. Refleja una España plural, diversa,
compleja y llena de matices, donde no caben doctrinas monolíticas ni verdades absolutas,
sino interpretaciones parciales tan legítimas como las contrarias. Un escenario
abocado al diálogo y la negociación.
Los 122 escaños del Partido
Popular y los 91 del PSOE
suponen el fin de las hegemonías de unos partidos que, turnándose el favor de
las mayorías absolutas, gobernaban laminando toda discusión, todo debate, toda
idea o toda iniciativa que no coincidiera con la suya. Con los resultados de ayer,
asistimos al fin de un ciclo, caracterizado por el bipartidismo, y al inicio de
otro, marcado por la pluralidad y los acuerdos, por los pactos y las
negociaciones entre partidos que trasladan al Parlamento español la diversidad
y las distintas visiones existentes en el seno de la sociedad. Desde las
elecciones europeas a las generales, el bipartidismo pierde un tercio de los
apoyos que le confiaban los electores, pasando del 70 al 50 por ciento de la
representación popular.
El reto de las nuevas formaciones, que han conseguido ampliar
el cromatismo del arco parlamentario pero no han logrado derribar totalmente,
como se proponían, ese bipartidismo que consideraban obsoleto, fruto de la
“vieja” política, consiste ahora en demostrar que acceden a las instituciones
para traer transparencia y savia nueva, pero también diálogo y capacidad de
hacer política. Podemos, con 69
escaños, y Ciudadanos, con 40, junto
a las formaciones nacionalistas y los restos del naufragio de Izquierda Unida-Unidad Popular (2
diputados), disponen hasta el 13 de enero para, cuando se constituyan las
Cortes Españolas en las que se integran, pensar en cómo conjugarán sus
respectivos intereses a la hora de elegir al presidente del Gobierno de la
legislatura que acaba de nacer.
Tal fragmentación del Parlamento, provocada por la
existencia de más de nueve grupos parlamentarios,
se convierte, a partir de hoy, en la nueva realidad en la que ha de cimentarse
la gobernabilidad de España y su estabilidad política. Muchas voces, muchas
opiniones, distintas visiones, distintos modelos, multitud de iniciativas y
tendencias distinguirán esa nueva realidad, reflejo mucho más fidedigno de la que
existe en la calle, entre la población. Todas ellas serán válidas y respetables
si tienen por objetivo el bien general, no el interés particular o sectario.
Comienza una nueva era política en España, donde aún no
conocemos los gobiernos de coalición ni sabemos asumir las aportaciones del
adversario. A partir de ahora, habrá que aprender a escuchar, ceder, negociar y
pactar. Será difícil consensuar cualquier política de
Estado desde la miopía individualista y de espaldas al sentir de los ciudadanos,
que han dictaminado su mandato: el país es plural y la política también ha de
ser plural. Lo acaban de expresar en las urnas. Habrá que acatar su soberana
voluntad... o convocar nuevas elecciones. ¿Cuántas?
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