Todas las calamidades de la gestión del Gobierno, al que
pertenecen tanto De Guindos como Montoro y demás compañeros del Gabinete, son
presentadas por sus responsables como posibilidades que permiten, no asustar a
la gente, sino fortalecer al que las soporta. El manual de manipulación dicta
resaltar lo positivo que albergue cualquier desgracia, aunque sea
insignificante, y obviar lo negativo, aunque sea mayúsculo. Y eso es lo que
pretende el exagente de Lehman Brothers, devenido ministro de Economía del país
que más duramente se ha visto castigado por aquella quiebra, al proferir tamaña
boutade sobre la supuesta despreocupación
de la gente por irse al paro. Si no fuera por la gravedad y trascendencia del
asunto, sus afirmaciones moverían a risa. Cerca de seis millones de personas
viven en estos momentos la incertidumbre del desempleo y la falta de
perspectivas por encontrar alguno, aun precario, lleva a muchas de estas
personas y a sus familias a la desesperación, la marginación y a ser pasto de
alteraciones psíquicas y físicas que deterioran, no solo su situación familiar,
social y económica, sino también su salud. Pero De Guindos asegura que, para
entonces, ya no sienten miedo del destino al que conducen las actuaciones
adoptadas, entre otros, por el lenguaraz ministro desde que fuera, incluso, agente
de la mayor quiebra financiera de la historia moderna.
Las duras medidas restrictivas implementadas por el Gobierno
en el que participa el señor De Guindos castigan sobretodo a la inmensa mayoría
de la población, la menos pudiente y más vulnerable, con pobreza, denegación o
limitación de recursos públicos y supresión de derechos laborales, sociales e
individuales, para favorecer prioritariamente a los detentadores del capital y
corregir con el dinero de todos sus fallidos especulativos, facilitando
ayudas, perdonando deudas y rescatando de la quiebra sus negocios. Con ese
objetivo se reflotan bancos para que desalojen de sus viviendas a obreros
expulsados al paro y se aligeran las
condiciones laborales para que las empresas despidan empleados y contraten
sustitutos más baratos, sin ninguna garantía para el trabajador. Y esa
situación de absoluta explotación del débil, con la complicidad activa del
Gobierno, ha de presentarse, en este año electoral, como necesaria para que la
economía vuelva a “funcionar”, es decir, para que los ricos sigan
enriqueciéndose a costa del empobrecimiento de los demás.
De esta manera, se debe reiterar que ser condenado al paro
ya no debe dar miedo porque se trata de una oportunidad de mejora que permite
amoldarse a la flexibilidad que exige el mercado. Es decir, nos predispone a trabajar
más y cobrar menos, al arbitrio del empresario de turno y sin cobertura legal
que prevenga los abusos y la explotación.
Pero no es sincero. De Guindos sabe bien que lo que temen
los españoles es perder el empleo, tanto lo temen que es el asunto que más
preocupa a la población, detrás de la corrupción, según las encuestas oficiales.
Los ciudadanos temen enfermar y no ser atendidos con la eficacia y la celeridad
a que estaban acostumbrados, a no poderse costear los medicamentos y a ser
expulsados del sistema sanitario por cualquier arbitrariedad burocrática. Los
españoles temen no poder enviar sus hijos a la Universidad porque les
deniegan las becas o les incrementan el importe de las matrículas y los
créditos académicos. Temen, incluso, jubilarse porque las pensiones no alcanzan
para disfrutar de un retiro merecido. Tienen miedo de tener que cuidar de un
familiar impedido porque las ayudas a la dependencia se han suprimido con mil
argucias presupuestarias o normativas. Los españoles sienten pánico de no poder
pagar una hipoteca porque los desahucian sin contemplaciones y los enfermos de Hepatitis
C están angustiados porque no se les administra el fármaco que podría curarlos.
Todo esto es insostenible si se quiere sostener a los bancos, las
farmacéuticas, las autopistas, a los magnates de la industria y el comercio,
los conglomerados económicos y mediáticos y a la clase social que detenta el capital.
Y eso hay que ocultarlo con manipulaciones groseras de la realidad, intentando
que los perjudicados no denuncien su situación y la perciban como una
posibilidad de supuesta mejora.
Tal cosa es lo que hace, entre otros, Luis De Guindos,
conocedor de que ninguna de estas situaciones es una oportunidad, sino una
condena, una tragedia que el ministro intenta “maquillar” con sus insinuaciones
embaucadoras. Intenta que los explotados y expoliados no se rebelen contra el
atropello y el ultraje, no reivindiquen sus legítimos derechos, no exijan la
restitución de lo que fue y es suyo, a sus condiciones de vida, su Estado de
Bienestar y la protección efectiva de un Gobierno, al que eligieron con la
promesa de “hacer las cosas como Dios manda”, no un Gobierno que los maltrata. En
esa tesitura, De Guindos sería un pésimo rey Merchor porque ni los niños se
dejarían engañar tan fácilmente, aunque lo que mande Dios sea acabar con su
inocencia a golpes de reformas y ajustes que los dejan sin regalos.
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