Despedimos doce meses e iniciamos otros doce bajo el dígito 2015
haciendo lo que la costumbre nos dicta: con celebraciones y buenos propósitos,
intentando compartir con la familia unas esperanzas que pocas veces se cumplen para
que la frustración nos amenace con su daga de doble filo: la del pesimismo y la
derrota. No obstante, cada año encontramos motivos para brindar por lo
conseguido y mirar el futuro con cierto optimismo. Y, sobre todo, para desear ver
crecer a los hijos y no encontrárnoslos crecidos y adultos, convertidos en un
vago recuerdo de lo que fueron de niños reflejado en sus pupilas. Así,
procuramos que, a pesar de las dificultades, aprovechar estos fastos dedicados
al consumo y la sensiblería para reunir a la familia en torno a una mesa y
entregarnos al viejo hábito de hablar y reír mirándonos a los ojos y no a través
de mensajitos de un teléfono móvil. Cosa cada vez más difícil porque la vida
nos aleja unos de otros. Este año hemos tomado las uvas en la población
jienense de Andújar, donde, si hace frío, hiela y la escarcha cubre charcos y las
carrocerías de los coches con una delgada pero petrificada coraza blanquecina. Acudíamos
a paliar la soledad de un hijo que debía permanecer allí por obligaciones
laborales, mientras las nuevas tecnologías nos permitían estar en contacto con
el resto de una familia que tenía desperdigados a sus miembros entre Sudáfrica
y Sevilla, pudiendo brindar todos juntos por un nuevo año ubicuo, en el que ni
las distancias ni las circunstancias fueron impedimentos para sentirlos cercanos y
queridos.
Entre Upington, Andújar,
Burguillos y Mairena del Aljarafe
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