El crimen cometido es de tal gravedad que ha dejado
conmocionados a los franceses, en particular, y a las sociedades occidentales,
en general, por representar un ataque deliberado a los valores y principios democráticos
y a los derechos humanos, lo que ha despertado una súbita reacción de
solidaridad con las víctimas de la matanza y de defensa del derecho a ejercer
la libertad de expresión aunque hiera los sentimientos de los caricaturizados,
sean de la religión que sean. La sátira, según reflexiona en un artículo de El País Fleming Rose, promotor de las
primeras caricaturas publicadas en 2005 en un diario danés, es una “respuesta
pacífica a la barbarie. No mata. Ridiculiza y mueve a la risa, no al miedo ni
al odio”. El humor es un rasgo civilizado de inteligencia frente a la
irracionalidad de los detentadores de la Verdad absoluta. Irrita y molesta a los que se sienten
humillados por ver sus creencias, por legítimas que sean, rebajadas a simples
opiniones discutibles y susceptibles de ser aceptadas o rechazadas.
En España, a pesar de la consternación por los asesinatos y nuestra
adscripción a los valores democráticos, tampoco toleramos que se trate con
humor ideas e instituciones que consideramos muy serias, intocables y por
encima de la libertad de expresión y opinión. Hacer un dibujo de un asunto
mundano, en el que el entonces príncipe folla con la, en aquel tiempo, princesa
causó el secuestro de la revista y una multa a sus editores por injurias a la
monarquía. Imagínense lo que hubiera pasado si llegan a ridiculizar a la
religión católica o alguna hermandad de esas que procesionan solemnes por las
calles durante la Semana
Santa. No se llegaría a perpetrar una matanza (los católicos
hace tiempo que abandonaron las Cruzadas), pero la censura de los
intransigentes silenciaría lo que, sin duda, sería calificado de blasfemia. Es
lo que manifiesta, precisamente, el escritor José Manuel de Prada en su columna
periodística, en la que tacha de “dislate” los apoyos al semanario Charlie
Hebdo por considerarlos una defensa de un sedicente “derecho a la blasfemia”.
Para él, el laicismo es una “expresión demente de la razón” y lo que “ha
empujado a la civilización occidental a la decadencia”, aunque sea precisamente
la separación entre Iglesia y Estado lo que ha encumbrado a Occidente, aun
siendo atacado desde el fanatismo, como modelo de sociedades abiertas, libres,
tolerantes y democráticas, basadas en valores y principios irrenunciables. De
Prada declara que no es Charlie Hebdo, esa “basura sacrílega”. Participa, pues,
de la misma mentalidad intolerante de los fanáticos islamistas, que no admiten
la crítica ni, por supuesto, el humor para con sus ideas y creencias.
Una intolerancia que expresa la debilidad de sus creencias,
de su pensamiento e ideas. Creencias, para unos, intocables mediante el respeto
impuesto y la censura, y para otros, por la violencia y el terror. Unas creencias tan poco sólidas que no pueden
confrontarse mediante la palabra, el diálogo, el humor o las viñetas, que son
vulnerables a la crítica, la sátira y hasta la Razón , a la que denostan, como a su ahijada la Ciencia. Y lo que más
les duele es el escarnio del que acusan al humor, esa forma intelectual de
relativizar cualquier totalitarismo -ideológico, político, cultural, social o
religioso- que constriña las libertades, incluidas las de expresión y opinión, o cualquier Verdad
absoluta que sofoque las verdades parciales que todos poseemos. Los intolerantes
que asesinan o se amparan en sacrosantas ideas intocables no entienden la
seriedad del humor. Por eso no pueden acabar con él, ni con balas ni con
censuras.
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