Foto: Loli Martín |
Hay, empero, quienes se angustian con el forzado retiro en
el horizonte vital próximo, quienes desearían continuar una vida laboral activa
que ahuyente el fantasma de la “obsolescencia final programada”. Muchos,
también, los que forjan una segunda familia en el trabajo porque, al cabo de
tantos años de trenzar relaciones, han compartido más tiempo con sus compañeros
que con los parientes sanguíneos. En estos casos, la jubilación representa una
alegría merecida, pero también la tristeza por el alejamiento.
Estos sentimientos contradictorios han aflorado hoy con
motivo de la despedida ofrecida a una compañera que iniciaba su jubilación.
Ella temía este momento tanto como lo ansiaba, en una especie de “papilla”
emocional difícilmente controlable y sumamente contagiosa. Como a la inmensa
mayoría que la ha precedido en el trance, al final se alegrará de ser dueña de
su tiempo, de sus actividades y de sus rutinas, volcándose en las nuevas
oportunidades que le brindará la existencia. Y aunque sienta, en ocasiones, la
nostalgia de los viejos tiempos, siempre podrá recordar los afectos con los
que la arroparon unos compañeros que no dudaron en considerarse sus amigos.
Porque, a la postre, la mejor jubilación es la que llega colmada de amistad,
algo de salud y con ese vértigo frente a las expectativas que nos depara el
destino.
Por eso estoy convencido de que este blog seguirá contando
con las fotografías con las que Loli Martín, de manera generosa, ilustraba
algunas de sus entradas, como la que acompaña a este texto. Porque ella jamás
se jubilará de sus aficiones. ¡Suerte compañera!
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