Cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo, y cuando la política carece de iniciativas hace uso de la demagogia. Poco importa que lo que propongan no sirva para nada si consigue algún titular en los medios y tranquiliza a ciertos sectores que demandan alguna acción, aunque sea inútil. Este tipo de iniciativas estériles no es privativo de ninguna ideología determinada, pues partidos de todos los colores, de derechas o izquierdas, suelen mantener actitudes demagógicas cuando no disponen nada que ofrecer y han agotado las ideas.
Ejemplo de ello lo constituye la medida adoptada por el
Ayuntamiento de Sevilla, esta misma semana, de multar a los que rebusquen entre
la basura. No es algo nuevo. Otro dirigente conservador, el que gobierna la Alcaldía de Málaga,
propuso en su día castigar a quienes se excedieran en la ducha. Decía que con
dos cubos de agua sería suficiente. Por lo visto, no había otros problemas en los
que volcar toda la atención en estas ciudades andaluzas, salvo el consumo de
agua doméstica en Málaga y las basuras en Sevilla. La delincuencia, el paro, la
circulación, los desahucios, la pobreza, la falta de guarderías, los colegios,
las residencias de ancianos, las ayudas a la dependencia, las zonas verdes, los
albergues, etc., eran todos asuntos resueltos. Quedaban pendientes las duchas y
el gravísimo tema de los mendigos recolectores de desperdicios.
No es algo baladí. La demagogia tiene sus intenciones y a
veces consigue sus objetivos. Encarecer el agua doméstica, como se pretendió en
Málaga, aparte de satisfacer un afán recaudatorio de la manera más fácil aunque
injusta, libraba a los grandes derrochadores de tener que pagar lo que gastan.
Las piscinas y la industria, en manos de sectores de población privilegiados,
afines al liberalismo económico, se verían beneficiados con la medida.
De igual manera, incrementar las sanciones en las ordenanzas
municipales de Sevilla, en un 150 por ciento, para multar a los que rebuscan en
las basuras es enviar un mensaje de tranquilidad a aquella clase social,
acomodada y afín a la derecha que gobierna el Ayuntamiento hispalense, de
erradicar de las calles esa imagen insoportable de la pobreza. No les agrada a
los sensibles ojos de los pudientes contemplar gente buscando comida u otros objetos
en los contenedores de basura de los barrios elegantes. Fue algo que el
insufrible Gil y Gil, corrupto alcalde de Marbella, ya había acometido de
manera más drástica: expulsar a los mendigos de la ciudad. En Benidorm
aplicaron idéntica ordenanza, prohibiendo la mendicidad.
Esas pretensiones se descubren en la demagógica iniciativa
municipal sevillana, ya que será tarea
imposible confiar en disuadir a los mendigos de que dejen de procurarse el
sustento con las sobras de la basura para que lo obtengan del aire. Tampoco servirá
para recaudar ingresos adicionales vía multas económicas a personas insolventes
a las que, como único patrimonio, sólo podrán requisarle el carrito “tuneado” de
algún supermercado. Ya se apañarán otro.
El Alcalde de Sevilla, cercanas las próximas elecciones municipales, está intentando contentar a su electorado más fiel con acciones tan demagógicas que me temo no surtirán sus frutos. La derecha, incluso la sevillana, es egoísta e insolidaria pero no es tonta. Sin nada que ofrecer en este mandato estéril, más que las lucecitas de Navidad en las calles y plazas del centro de la ciudad, el munícipe sevillano recurre a la demagogia. Una característica común en los políticos sin programas ni proyectos. Por cierto, se llama Juan Ignacio Zoido y pertenece al Partido Popular, para que lo tengan en cuenta
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