Hay veces que la realidad se vuelve tan tenebrosa que el pesimismo acaba contagiando el ánimo del más ingenuo optimista. Por mucho que te afanes por buscar alguna rendija de esperanza, sólo consigues encontrar tinieblas que cubren el presente y que amenazan con extender su negra espesura sobre el futuro. Entonces te preguntas qué se puede esperar si todo lo das prácticamente por perdido, cuando las certezas de ayer se volatizan cual humo a causa de los vientos que arrasan con todas las conquistas que daban cobijo a los desheredados y humildes.
Fueron muchos los signos que preconizaron esta derrota, señales
desde todos los ámbitos que apuntaban a la actual situación, y no les hicimos
caso. Confiamos en la solidez de lo construido y nos relajamos. Caímos en la
dejadez para que nos convencieran que era necesario optar por la seguridad frente
a la libertad si queríamos defender nuestra forma de vida, y transformamos el Estado
de Derecho en uno policial. Consentimos muchas mentiras y miramos hacia otro
lado en los abusos y la corrupción, sin exigir responsabilidades, antes al
contrario, premiando a los listillos para que siguieran gozando de impunidad en
los puestos donde los aupábamos. Fuimos retrocediendo en derechos, bienestar y
servicios en aras de una economía de cuyo desequilibrio no éramos responsables
para que los culpables se libraran de las consecuencias y las endosaran a los
ciudadanos.
Qué esperar de un Presidente que es capaz de mentir al
Parlamento cuando asegura desconocer la financiación ilegal que se practica en
su propio partido. Un presidente que niega en público la amistad con el
tesorero de su formación cuando éste ya está en presidio, lo que no obsta para
que le envíe mensajes telefónicos justo una semana antes de que declare su
desconocimiento en el Parlamento, muestre ignorancia de lo que se cocía en su
partido y en sus narices. Qué se puede esperar de un partido donde los sobres
engrasaban conciencias y doblegaban voluntades hasta blanquear la memoria y la
honestidad de tantísimos dirigentes como los que figuran en la contabilidad del
tesorero traidor engominado.
Qué se puede esperar de presidentes de autonomías que
consiguieron mayorías absolutas para estafar, enriquecer a propios y amigos,
nunca a extraños, y saquear las arcas públicas, si sólo son juzgados cuando el
daño es irreversible y el hedor insoportable, y cuando hasta el sastre testifica
que los trajes de finos paños que confeccionó al Poder eran abonados por una
red mafiosa que obtenía pingues contratos con la administración, sin necesidad
de más concurso que el de la amistad sobornada. O de aquellos que dejan que los
subalternos administren sin control los recursos presupuestados para alimentar
un clientelismo político y la ambición de unos cuantos desaprensivos. Incluso esos
otros que autorizan acuerdos presuntamente sin ánimo de lucro pero que acaban
engordando el patrimonio de altísimas personalidades por el mero hecho de sus
relaciones y apellidos.
Qué se puede esperar de una Administración donde los excesos
salpican incluso las altas instancias del Estado y obligan a un rey abdicar por
el deterioro y la desconfianza que corroe a las instituciones. Qué esperar de
un monarca que, al entregar la corona, está siendo solícitamente compensado por
el Gobierno para que, ni siquiera como simple ciudadano, se le pueda imputar
delito alguno gracias a un aforamiento judicial a la carta que casi preserva la
inviolabilidad que lo protegía. Qué esperar de un país donde los privilegios se
heredan y las leyes no son iguales para todos.
Qué esperar de esas leyes que penalizan a los manifestantes,
criminalizan el descontento y castigan la discrepancia, para permitir que la
policía cargue contra bachilleres que protestan por la falta de calefacción en
los colegios, trabajadores en paro de empresas sin pérdidas, familias acorraladas
por la avaricia de los bancos o de los patronos y que se rebelan cuando son
desahuciados, ahorradores estafados que exigen la devolución de sus pequeños
capitales, estudiantes que claman contra el encarecimiento de las matrículas y
los recortes en las becas, campesinos en tractoradas por la falta de ayudas a
un campo que se muere de abandono, inmigrantes que huyen de la miseria para
dejarse la piel en alambradas del miedo con púas de odio xenófobo, funcionarios
hartos de ser vapuleados y criticados por optar a una plaza de empleo público,
mujeres que se tiran a la calle para exigir el derecho a decidir sobre su propio
cuerpo sin que curas y meapilas, aunque sean ministros, decidan por ellas, ancianos
que desean conservar su pensión para apurar sus últimos días sin sobresaltos, ciudadanos
en general cada vez más hartos y que añoran la libertad.
Qué se puede esperar de una Justicia benévola con los
poderosos, que aparta antes a un juez de su profesión que encarcelar un
banquero, aunque sean conocidos los correos que evidencian su participación en una
enorme trampa para atrapar a miles de pequeños clientes, abusando de su buena
fe y su ignorancia, con productos financieros de alto riesgo que sirven paras
desplumarlos; una Justicia que ampara al acaudalado hábilmente relacionado con la política, pero que vigila,
sanciona, aparta y condena a jueces que osen investigar las tramas corruptas de
los partidos y las “ingenierías financieras” de la banca. Una justicia laxa con
el rico y extremadamente rigurosa e intimidatoria con el trabajador que reclama
trabajo y un salario.
Qué se puede esperar si ya se criminalizan los sindicatos y
los movimientos sociales, si comienzan a dictarse penas de cárcel -como en
épocas infaustas- contra piquetes de huelga que ejercen el derecho al pataleo,
defienden derechos laborales y contrarrestan la presión de comerciantes y
empresarios cuando impiden a sus trabajadores sumarse al paro bajo coacciones y
amenazas. Qué esperar si la fiscalía solicita tres años entre rejas, como
condena “intimidatoria”, a los que se “extralimiten” en una huelga, no a los
empresarios que esclavizan al trabajador y hacen tabla rasa de sus derechos
laborales. Unas penas tan excesivas que hasta los denunciantes las consideran desproporcionadas
porque castigan a dos ciudadanos sin antecedentes que se alinearon a favor de
los humildes y los perdedores, dos activistas surgidos de la misma inquietud
social que se manifestaron en una huelga contra los recortes y el
empobrecimiento de la población, y por ello han sido condenados, por participar
en un piquete. Uno es un estudiante de medicina de 25 años, y el otro, una
mujer de 56 años, parada, como millones de personas en este país. Materializaron
el grito de los desafortunados, y eso molesta: hay que callarlo sin
contemplaciones.
Qué se puede esperar de estos tiempos de penurias y
calamidades, de recortes y empobrecimientos generalizados, de desmantelamiento
controlado de prestaciones públicas con tal de que la iniciativa privada haga
negocio con las necesidades de la gente, de imposiciones ideológicas en los
usos y costumbres de las personas, de retroceso en los derechos, de pérdidas de
libertades, de fanatismos religiosos, de racismo y xenofobia, de machismo
asesino, de atropellos al débil, de desigualdad y egoísmos, de erosión de la
democracia y de la vuelta a los feudalismos.
¿Qué cabe esperar sino la desesperanza y la apatía, la
frustración y el descontento, el desapego a una realidad dolorosa y triste que nos
aplasta como una losa que nosotros mismos hemos fabricado pesada? ¿Qué se puede
esperar de nuestra desidia y renuncia al compromiso?
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