El las últimas semanas se han adoptado importantes decisiones que afectan al sector de la energía eléctrica, tanto convencional como renovables, que inciden invariablemente en el bolsillo del consumidor. Y todas ellas apuntan a una sola dirección: satisfacer las pretensiones de un nunca reconocido lobby eléctrico nacional, formado por las grandes compañías generadoras de electricidad.
Así, por un lado, mientras el Gobierno decide dejar de
primar la producción de electricidad generada a través de tecnologías
renovables -como la fotovoltaica y la termosolar-, aplicando "peajes" (tasas) por
el autoconsumo y uso de la red de distribución, además de suprimir las ayudas que
incentivaban la instalación y explotación de este tipo de energía limpia, por
otro lado pretende liquidar el "déficit de tarifa" (la diferencia entre el coste
de producción y el precio que abonan los consumidores), cuyo importe lastra
desde hace años a las eléctricas y causa una deuda millonaria al Estado, que es
quien abona, con cargo a los Presupuestos, esa diferencia.
Parece incongruente que, en una situación de crisis como la
que atravesamos, el Gobierno esté volcado en recaudar y recortar donde pueda y
como pueda, también en el sector eléctrico, para lo cual ha ultimado otra
“reforma” -esta vez energética- con la cual espera conseguir unos 4.000
millones de euros adicionales, que se destinarían a paliar parte de esa deuda tarifaria.
Se trata del Real Decreto-Ley que el ministro de Industria, Energía y Turismo,
José Manuel Soria, ha elaborado para modificar la retribución de las renovables
y dejar de regular la distribución y el transporte de energía eléctrica. Cuando se publique la nueva
ley en el Boletín Oficial del Estado, se habrá conseguido una mayor
liberalización del sector que favorece a las grandes productoras en detrimento
de las renovables y, en última instancia, perjudica al consumidor, a quien trasladan vía
tarifas esta poco diáfana “reforma” energética.
Son, en cualquier caso, cambios importantes en el sistema energético nacional, si
se considera que la energía es fundamental para el desarrollo económico, social
y cultural del país, de cualquier país. Procurar garantizar las fuentes de
producción constituye una prioridad estratégica, pues la generación o
suministro de energía –vital para el latido de las naciones- está condicionado
por los recursos, yacimientos o centros de transformación existentes en el
territorio.
En España, la producción de energía eléctrica está en manos
de muy pocos grupos (véase mapa), que actúan en régimen casi de monopolio. Son
empresas que se reparten el territorio y las dos más importantes cuentan con
cuantiosas inversiones de capital extranjero en su accionariado. Todas, sin
embargo, muestran un gran interés por conservar la posición de privilegio que disfrutan
y aspiran a una "liberalización" (que, en teoría, favorece la libre competencia)
pues, al no depender de un Estado que fije las tarifas y tener repartido el
mercado, aumentarían enormemente sus beneficios, gracias al incremento automático
del recibo de la luz. La supuesta liberalización exigía la separación de las
actividades de generación, transporte y distribución, pero éstas están
integradas en sociedades que son filiales de la matriz productora. Es decir, se
sigue manteniendo un monopolio de facto que no se erradica con estos planes
liberalizadores. Antes al contrario, refuerzan su existencia en virtud de leyes
y normas dictadas a su favor, como ésta que comentamos.
Porque estas empresas, en realidad, nunca han tenido
pérdidas a la hora de generar electricidad, como ellas aducen y el Estado
reconoce. El llamado “déficit de tarifa” es una deuda artificial (regulatoria,
no económica) que nada tiene que ver con el coste real de producir energía, ya
que este es inferior al que la regulación estima como tal. Tanto es así que,
hasta el pasado junio (antes incluso de que se aplique la reforma), los
beneficios de las compañías Iberdrola, Endesa, Gas Natural Fenosa y EDP sumaron
4.225 millones de euros. Y ello en un contexto de crisis económica que
arrincona a los consumidores contra la pared de la pobreza. Resulta incongruente,
por tanto, que sean los ciudadanos, los más afectados por la crisis, los que
paguen unas supuestas deudas y desequilibrios del mercado energético, del que
nada tienen que ver, como ya hicieron con la crisis de los bancos. Se repite la
jugada y se vuelve a meter mano en el bolsillo de la ciudadanía para enjugar
trapicheos de sectores muy poderosos y que cuentan con la connivencia del
Gobierno de turno.
España es ya uno de los países europeos donde más caro es el
recibo de la luz. Desde el inicio de la crisis (¿será casual esta relación temporal?),
la luz ha acumulado una subida del 70 por ciento. Y en este mes de agosto se
encarecerá otro 3,2 % para amortizar esa supuesta deuda tarifaria con las
empresas. Unas empresas que, durante 2012, doblaron prácticamente sus
beneficios en comparación con sus equivalentes europeas: un 6,8 % de media
frente al 2,6 de las europeas.
Pero, siendo grave este afán recaudatorio del Gobierno, que
favorece a poderosos intereses empresariales del sector de la energía convencional
en detrimento de los ciudadanos, no es lo peor. Lo peor es que se obstaculiza,
e incluso se penaliza, la inversión y el uso de energías alternativas que
podrían, no sólo ser sostenibles desde el punto de vista medioambiental, sino
también de situar a nuestro país exento de una dependencia energética a
fuentes o recursos ajenos, e incluso posicionarlo como líder al frente de un modelo
innovador de enorme capacidad en el inmediato futuro.
Sólo así se entiende que, a finales de enero, el ministro
Soria suprimiera por decreto-ley las primas a las nuevas instalaciones de
energías renovables, aquellas a las que las empresas tradicionales acusan de
competencia desleal. ¿Miedo a perder el monopolio? La tecnología más
perjudicada, y de la que España es líder mundial, es la termosolar, por su excelente
ubicación geográfica para la exposición de la radiación del sol y por el fuerte
impulso que la ingeniería nacional (Abengoa) está dedicando a esta tecnología,
capaz de exportarla a terceros países donde valoran su “limpieza” e importancia.
Según datos de la CNE ,
las centrales solares acumulan el 41 % de las primas al régimen especial y
aportan el 10 % de la energía vendida. En su conjunto, las renovables representan la primera alternativa a la energía convencional, delante de la nuclear. ¿No sería más lógico potenciarla? Otras
fuentes perjudicadas son la fotovoltaica, a la que se le impondrá un “peaje” de
acceso a la red, y la eólica, que tendrá que hacerse cargo de pagar por el
respaldo que recibe de los ciclos combinados cuando desciende su capacidad de
producción. Es verdad que hay que integrar a todas en el sistema energético nacional, pero sin favorecer unas sobre otras por intereses ajenos a su eficacia y rentabilidad. Y sin hacer cargar el peso de cualquier reforma sobre el contribuyente.
Toda la reforma actual se fundamenta en un afán meramente recaudatorio, que
posibilita continuos incrementos para los consumidores, y en liquidar el déficit
de tarifa mediante ingresos adicionales procedentes de la supresión de
subvenciones y ayudas a las energías renovables, únicas con posibilidades de
futuro. Para su elaboración, el Gobierno sólo ha dialogado con las grandes compañías
eléctricas, sin recabar la opinión de los consumidores, que serán una vez más los
verdaderamente perjudicados. Se consumará así, si se aplica esta ley, otro timo en un
sector que debería ser claro como la luz. ¿Cuántos van?
2 comentarios:
Con tu permiso lo difundo en mi muro de facebook, esta clara y meridianamente explicado el asunto y creo que puede ser de interés para muchas personas. Un abrazo
Por supuesto: cuanta más difusión, mejor. Gracias por divulgarlo.
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