Voy a hablar de lo que conozco y de las consecuencias que observo de unas políticas de recortes que afectan a muchos otros sectores, pero que limitaré a la sanidad, donde trabajo. Tampoco voy a referirme, a pesar de experimentarlo personalmente, del "atraco" cometido contra unos empleados públicos por el mero hecho de obtener una plaza abierta a concurso de méritos y capacidad a todo aquel que lo hubiera deseado. Simplemente voy a destacar a lo que conduce, cuando se prioriza la cuenta de resultados sobre los servicios prestados, esas políticas de austeridad y reducción del gasto en el ámbito trascendente de la salud pública. De lo que repercute en la población en general que confía en una sanidad de calidad, universal y pública.
El Gobierno del Partido Popular ha afrontado la crisis
financiera recortando las partidas de gasto, sin apenas modificar las de
ingresos, y lo ha justificado fundamentalmente con la desmesura de un gasto, en
el caso sanitario, insostenible y despilfarrador. Sólo con esa excusa era
factible aplicar unos recortes a todas luces impopulares que se argumentaban
debido a la presión de los mercados y por las recomendaciones de la “troika”
comunitaria (Banco Central Europeo, Comisión Europea –vía Merkel- y Fondo
Monetario Internacional). Y esa justificación ha tenido fortuna en vista del débil
rechazo que ha generado en la sociedad española e, incluso, entre los
profesionales sanitarios que han soportado una disminución en sus retribuciones
de cerca de un 30 por ciento, un aumento de su carga de trabajo por ampliación
del horario laboral y una reducción de plantillas, al no sustituir
jubilaciones, vacaciones y bajas, que influye en el rendimiento y la calidad
general de la atención sanitaria a que estábamos acostumbrados.
Ni siquiera pretendo, a estas alturas, rebatir la mentira de
una sanidad insostenible que, en realidad, está profundamente subfinanciada en
España, siendo incluso la menos financiada entre los quince países más
desarrollados de la Unión Europea ,
ya que se invierte en ella menos de lo que debido en relación a nuestro
Producto Interior Bruto, comparado con el gasto sanitario público promedio de la UE-15 , como demuestra el
profesor Vicenc Navarro en uno de sus análisis.
Lo que voy a señalar y subrayar son las consecuencias de esta política
ciega del recorte de gasto en la sanidad pública, y lo haré relacionando hechos
que han trascendido a los medios de comunicación.
Siempre puede haber casos de contaminación en áreas
expuestas a infecciones, si no se aplican medidas preventivas para evitarlo. Pero
que aparezca una rata muerta y gusanos en una Unidad de Cuidados Intensivos en
un hospital sevillano es el colmo de la falta de mantenimiento higiénico en lo
que se supone es lo más controlado y riguroso de la atención médica. Sin
embargo, se produjeron estos hechos y se tuvo que cerrar la zona hasta que una
empresa especializada la desinfectara.
En otro hospital cordobés se han encendido las alarmas por
la muerte de un bebé prematuro a causa de una infección por Klepsiella pneumonía, una bacteria que
se transmite por vía aérea y que se ha detectado en nueves niños más, aunque sólo
uno de ellos está infectado y en tratamiento. La resistencia a los antibióticos es la
razón más frecuente de estos brotes infecciosos, pero también la escasa
vigilancia epidemiológica de los riesgos a que están sometidos pacientes
intubados con respiración asistida y portadores de sondas y catéteres.
A la deficiente atención sanitaria se une el empeoramiento
de las listas de espera. Ya se ha constatado el incremento del número de
pacientes que aguardan algún tratamiento quirúrgico, en el que los plazos medios
para una intervención han pasado de los 76 días a los 100, incumpliéndose así
el tiempo máximo fijado en muchas patologías. Si a ello sumamos los copagos de
determinados servicios y prestaciones, como el transporte no urgente en
ambulancia, el repago farmacéutico de muchas medicinas de generalizada
prescripción que han dejado de estar financiadas por la seguridad social, los
cierres camuflados de centros de atención primaria en determinados horarios y épocas
y las contrataciones al 75 por ciento de jornada de los pocos sustitutos con
los que se pretende amortiguar una precariedad personal ya lacerante, no puede
extrañar que surjan noticias tan lamentables como las que leemos en la prensa.
Pero es que, desde la experiencia del que está inmerso en el
interior de esos hospitales, lo milagroso es que esta situación no haya estallado en
mil pedazos por la inseguridad y la inestabilidad con las que han de desarrollar
su actividad los profesionales sanitarios de todas las categorías y el evidente
descenso de una calidad sanitaria que hace aflorar los sucesos comentados y genera
la desconfianza de los usuarios, quienes valoran el esfuerzo personal con que
son atendidos, pero deploran las carencias cada vez más abultadas que hallan en
las prestaciones sanitarias.
Es evidente que estamos llegando a una situación límite a la
que nos aboca esa política de recortes que carece de sentido. A menos que lo
que se persiga con la pobreza de la pública sea la preferencia de una sanidad
privada. Si esa es la intención, no cabe duda de que, entonces, estos recortes
cumplen sus objetivos. Frente a ello, lo único que podemos hacer entre todos,
usuarios y trabajadores, es denunciar el chantaje al que estamos sometidos antes
de que nos coman los gusanos o acaben privatizando hasta el último hospital. ¿Es
eso lo que se gana con los recortes?
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