El tiempo pasa sin que se asuman responsabilidades por la serie de negligencias que determinaron la suerte de los 62 militares españoles que perdieron la vida en el accidente del avión ucraniano Yakolev 42, estrellado contra las colinas de Trebisonda, el 26 de mayo de 2003, en Turquía. Se trataba de un vuelo contratado por el Ministerio de Defensa para trasladar a los soldados que regresaban de Afganistán tras servir en la misión que tenían encomendada por el Gobierno de España en aquel país asiático.
Una serie de circunstancias explica -que no justifica- el
nefasto curso de los acontecimientos por los cuales una institución militar
subordinada a directrices gubernamentales, como es el Estado Mayor de la Defensa , fleta un avión
que no reunía las condiciones necesarias para el traslado de los soldados, es pilotado
por una tripulación que tampoco, por lo que se ha conocido de la investigación,
ofrecía mucha seguridad, al no respetar los descansos reglamentarios para
realizar el vuelo en óptimas condiciones físicas, y al parecer no estaban
instruidos para un aterrizaje, en condiciones de escasa visibilidad, en aquel
aeropuerto turco. Fatiga, inexperiencia y negligencia son las causas inmediatas
que explican el despiste de los pilotos en la aproximación a pista, errar el
rumbo y acabar estrellándose contra las montañas. Fue la mayor tragedia sufrida
en misiones de paz por el ejército español.
Esa cadena lamentable de errores, que lleva a un organismo
oficial a confiar en empresas que subcontratan los servicios solicitados sin las
debidas garantías de seguridad, puede ser explicada -que no justificada- por rutinas
burocráticas y la inexistencia de contratiempos (?) previos en el traslado de
tropas efectuados por medios ajenos al propio ejército, sin duda mucho más
económicos y prácticos, aunque según José Bono, sucesor de Federico Trillo en
el Ministerio de Defensa, existían, al
menos, 18 quejas sobre la seguridad de los vuelos contratados en este tipo de
traslados. En cualquier caso, el juez de la Audiencia Nacional
Fernando Grande-Marlaska, que juzgó a la cúpula militar de entonces, sentenció
que no había “responsabilidad penalmente relevante” y achacó el accidente a la
“fatiga y la falta de preparación” de la tripulación. Todavía hoy, en el décimo
aniversario de la tragedia, los familiares de las víctimas del Yak-42 han tenido que apelar a la Justicia de Alemania para
conseguir las indemnizaciones a las que debe hacer frente, por un importe total
de 6,2 millones de euros, la empresa Chapman Freeborn, intermediaria en la
contratación del avión.
Pero lo más lamentable y vergonzoso de este accidente fue la
chapuza llevada a cabo en la identificación de los cadáveres y las prisas por
celebrar un funeral de Estado, con los féretros repatriados a España, para dar
carpetazo al asunto. Es lo más vergonzoso e infame, pues, tras las denuncias de
los familiares de las víctimas, se comprueba la existencia de identificaciones
falsas. Hay que esperar más de un año para que el Instituto Nacional de
Toxicología certificase errores en 30 identificaciones, lo que daría lugar a un
segundo proceso judicial que, en 2009, condena al general de sanidad, Vicente
Navarro, al comandante médico José Ramírez y al capitán médico, Miguel Sáez,
por las irregularidades forenses cometidas en esas identificaciones. Eso obligó
a exhumar los cadáveres para que los familiares pudieran enterrar los restos verdaderos
de sus seres queridos. Mayor infamia no cabe.
Sin embargo, a pesar de las irregularidades,
negligencias y falsedades que concurren en este caso, ninguna autoridad civil
ni militar ha asumido responsabilidad alguna por lo sucedido, ya que el general
Navarro falleció sin cumplir condena y sus subordinados fueron indultados por
el Gobierno, al considerar que obraron de buena fe, aunque hubieran sido
condenados por complicidad en el falseamiento de identidades y ocultación de
pruebas.
Ayer, al cumplirse el décimo aniversario del fatídico
accidente, los familiares celebraron un homenaje de recuerdo en Zaragoza, sin
cejar en el empeño de exigir la asunción de responsabilidades y una justicia
que creen que España les niega. Ninguna autoridad acudió al acto en demostración
de que, para los políticos que nos gobiernan, morir por tu país no es motivo
suficiente para honrarte, sobre todo si la causa no es una bala enemiga, sino
la mediocridad y la negligencia de los que te obligan a subirte a un féretro
volante.
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