Aparte de otros focos que siguen enquistados en su propia destrucción (Birmania, Pakistán, Sudán, Yemen, Chad, Colombia, México y así hasta un largo etcétera de cerca de 40 conflictos armados), la geografía de los que ocupan la actualidad de las portadas de los periódicos son, en primer lugar, Libia, donde la Alianza de la que participamos tira bombas humanitarias para ayudar a los rebeldes que persiguen a Gadafi; la eterna guerra Palestino-israelí, germen de otras metástasis que se expanden por la región, como el Líbano; y el resto de las revueltas árabes, generadas en contra de regímenes que, desde la descolonización, han dirigido la opresión hacia una población que ahora estalla por libertad, justicia y democracia.
Con todos esos conflictos podríamos colorear un mapa de los sitios en los que las intervenciones militares occidentales, con o sin cobertura legal de la ONU, participan defendiendo a una de las partes enfrentadas o interponiéndose, en simulada neutralidad, entre ellas. Descubriríamos así algunas de las razones que nos mueven a enviar tropas al extranjero e involucrarnos en cuestiones que aparentemente no nos atañen.
Mapa de conflictos/guerras en la actualidad. Fuente: Wikipedia.
Para declarar la guerra u organizar intervenciones humanitarias con buques, aviones y personal militar, hay que excusar alguna causa “noble” que consiga el asentimiento de los ciudadanos en vez de confesar las verdaderas intenciones que las impulsan: intereses geoestratégicos, económicos o de recursos energéticos o naturales. Si el objetivo fuera realmente el socorro de las personas que sufren las consecuencias de tales guerras, no habría mantas, tiendas de campaña, antibióticos y leche en polvo para ayudarlas. Tal limitado número de material de emergencia se envía allí donde los intereses de los países donantes están en juego de una forma o de otra. El petróleo y las rutas por las que discurre nuestro abastecimiento energético y comercial son los objetivos que, en última instancia, persigue cualquier intervención humanitaria occidental en el mundo. Si no, no se explica que conflictos que suponen una auténtica sangría de vidas humanas apenas despierten nuestra atención e interés, como los de Birmania, Nigeria, Colombia, México, Sudán, Turquía, Tailandia, Sudán, Cachemira, etc., en los que podríamos sumar, en su conjunto, cifras millonarias de víctimas.
Claro que es posible que, también, se pueda comprender la existencia de tanta lucha si valoramos el hecho de que la industria armamentística de las grandes y medianas potencias se nutre de estos conflictos, En España, por ejemplo, entre el 35 y 45 por ciento de la investigación se destina a proyectos militares. ¡Como para no estar presentes en las sangrientas “ferias” donde se reparte la cuota de negocio!
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