Dominique Strauss-Kahn (DSK) se ha visto librado de las acusaciones de violación y agresión sexual a una camarera de hotel que le retenían desde el 14 de mayo pasado bajo arresto en los Estados Unidos y por las que se enfrentaba a entre 15 y 74 años de cárcel. El fiscal, Cyrus Vance, desestima el caso por las contradicciones de la acusada, Nafissatou Diallo, de origen guineano, y la falta de credibilidad que evidencian las diversas modificaciones que ha efectuado a la hora de relatar los hechos y las mentiras probadas sobre su pasado. DSK era, cuando se le detuvo a punto de embarcar en un avión con destino a París, director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y mantenía posibilidades de aspirar a la Presidencia francesa en las elecciones de 2012 como candidato del Partido Socialista. Durante su estancia en Nueva York estuvo alojado en una suite de un hotel de lujo, en el que la acusada trabajaba como empleada de habitaciones. Es fácil suponer en esta historia que la camarera adivinara en que aquel individuo un hombre rico, capaz de costearse aquella estancia, y que él pensara que aquella mujer suponía un objetivo fácil para satisfacer sus instintos. Se conjugan de esta manera los elementos necesarios, si así se hubieran desencadenado, para una relación “apresurada” que, aunque no sea formalmente una violación, podría perfectamente entenderse como abuso.
Al parecer hay pruebas suficientes de que hubo sexo en aquella habitación entre el poderoso ejecutivo y la simple sirvienta de hotel, pero no de violación, como testifica la demandante. La concisión jurídica determina ese delito como el acceso sexual no consentido y mediante el uso de la fuerza con una mujer, lo cual ha de probarse mediante declaraciones verosímiles sin menoscabo de duda y por las lesiones que pueda sufrir la agredida, certificadas por reconocimiento médico. Las incertidumbres del relato y la inexistencia de daños obligan al fiscal a recomendar que se desestimen los cargos contra el economista y político francés, por lo que el juez archiva la causa.
Sin embargo, aunque no hubiera violación, sí aparecen en todo este embrollo una falta de escrúpulos y un abuso de poder por quien, gracias a su posición y capacidad, no duda en aprovechar la debilidad (tal vez no moral) de una mujer para conseguir satisfacer sus (bajos) instintos primarios. Es vergonzoso que el todopoderoso gerente de una institución que doblega las políticas económicas de países enteros, impone recetas que empobrecen a la población y aspira a detentar la Presidencia de una República que fue cuna de una revolución contra el poder absolutista de la sociedad estamental, caiga en la tentación de creer que puede deslumbrar a una camarera desconocida para entablar unas relaciones sexuales más baratas que las que puede conseguir en cualquier lupanar de alto standing, con el desconocimiento de su esposa, naturalmente.
Causa estupor observar el comportamiento tan rastrero de personajes que carecen de integridad para gobernar sus pulsiones más miserables, pero en cambio se arrogan de autoridad, a todas luces inmoral, para doblegar a terceros en situación de indefensión. Son personajes que exigen el respeto y la dignidad que no reconocen en quienes consideran débiles y vulnerables, como las camareras de hotel o países con economías en dificultades. Ni unas ni otros pueden reclamar la equidad de unas relaciones que de antemano vienen determinadas por la existencia de condiciones de dominio y ventaja para el mantenimiento de privilegios y expolios.
Es muy probable que la mujer mintiera sobre la naturaleza de su encuentro con el poderoso y sus propósitos sean repudiables, pero mayor repudio provoca, si cabe, la doble moral y la facilidad con que altas personalidades pueden violar las más elementales normas de decencia para dar rienda suelta a instintos de escala animal que les condicionan a la hora de actuar de manera tan irresponsable y bochornosa.
No es ningún alivio la exoneración de las graves acusaciones que se cernían sobre el exdirector del FMI, al que en Francia le aguarda otra denuncia de una periodista por idéntico motivo, por cuanto ha quedado al descubierto la jaez de quienes son capaces de llegar a cualquier vejación con tal de sentirse “poderosos”. Ni las sirvientas de hotel ni los países periféricos nos sentimos seguros con el mundo en tales manos. A su juicio, la única ley que rige el mundo es la del “mercado”, que ellos administran. ¿Cuánto, bonita?
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