Después de los excesos navideños, en que hemos abusado de las calorías, las grasas, los azúcares y el alcohol, con la consiguiente repercusión en los cinturones que hemos tenido que aflojar para que no nos aprieten la cintura, ahora llega el tiempo de las dietas. Llegan los esfuerzos por recuperar las formas y abandonar los “un día es un día” que han descontrolado el peso y el bolsillo. Ahora hay que ahorrar y moderarse, en la comida y los gastos. Se acabó el dispendio y la alucinación de vivir por encima de nuestras posibilidades, ignorando la báscula y la situación que padecemos. Volvemos a la cruda realidad.
El sobrepeso corporal es relativamente fácil de corregir:
basta con cerrar la boca y dejar los tentempiés, las copas y esas comidas
pantagruélicas que ingeríamos como si fueran la última cena de nuestra vida. Un poco
de ejercicio y una alimentación sana y comedida nos ayudarán a componer una
figura, si no más esbelta, al menos no tan perjudicial para el organismo,
librándonos de riesgos cardiovasculares, hepáticos o bancarios. Precisamente,
estos últimos son los más difíciles de solventar cuando hemos utilizado sin
miramientos el aplazamiento de gastos con el uso de las tarjetas de crédito y
débito. Gastar de más y no amoldarse a los ingresos conlleva acumular deudas e
impagos que, tarde o temprano, hemos de afrontar si no queremos perder lo poco
o mucho que poseemos: cuenta, coche, casa y trabajo. Nos vemos aprisionados por
un déficit privado que puede provocar que nos cierren toda posibilidad de
financiación, el embargo de bienes, el desahucio de la vivienda y hasta la
pérdida del empleo por la imposibilidad de rendir con normalidad en tales circunstancias.
La maquinaria del consumo nos tienta a caer en esta espiral
de exceso y despilfarro, sin que podamos zafarnos de ella y mantener cierta
prudencia sin que nos tachen de raros y rácanos. Es difícil sustraerse del
“espíritu” navideño que nos insta por tierra, mar y aire, esto es, prensa,
radio y televisión, a comprar, comer y gastar lo que no está en los escritos,
para que luego las noticias nos informen, en un claro ejercicio de
retroalimentación, de que se nota la recuperación en las calles, el comercio
recupera el pulso anterior a la crisis, se crea empleo aunque sea temporal y la
población vuelve a tener confianza en no se sabe qué. Gracias a este mecanismo
de alienación colectiva, se han vendido más coches en años, hemos gastado más
dinero en loterías y los hoteles han mantenido el cartel de “al completo” más
días que nunca. Ahora toca pagar todo ello.
Del mismo modo que el Gobierno ya no sorprende si, como
parece, vuelve con nuevos recortes, más impuestos y menos prestaciones que
sirven para cuadrar sus cuentas macroeconómicas, después de incumplir durante
toda la legislatura pasada con las previsiones de déficit comprometidas,
también nosotros asumimos que hemos de emprender la dura “cuesta” de enero para
hacer frente a esos abusos que hemos cometido en estas fiestas. Con las dietas,
toca pagar las facturas y limitar en lo posible cualquier gasto superfluo o
innecesario. Y si no podemos ir de vacaciones debido al fuerte ajuste que
estamos aplicando en nuestra economía doméstica, pues no se va y nos quedamos
en casa tan tranquilos, digan lo que digan los vecinos y la publicidad. Peor lo
tienen los que quieren acudir a un ambulatorio y se lo encuentran cerrado por aquello
de la “sostenibilidad” de los servicios públicos. La mayoría de los españoles
lleva a dieta desde el descalabro de Lehman Brothers sin que nada tuvieran que ver
con aquella estafa financiera, aunque una minoría privilegiada sigue de vacaciones
desde entonces. Lo único cierto es que llega, como el turrón, el tiempo de las
dietas para los de siempre.
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