viernes, 6 de enero de 2017

Mis regalos de Reyes


Aunque ya no creo en los Reyes Magos, siempre me traen regalos, unas veces útiles y prácticos (pijamas, corbatas, bolígrafos), y otras, simples objetos de compromiso (colonias, libros de autoayuda, sacacorchos, etc.) Pero este año me han sorprendido porque no han esperado a este seis de enero para darme obsequios. Y han sido extremadamente generosos.

Para empezar, me han traído en otoño una jubilación que ya estaba deseando conseguir y a la que me he entregado en cuerpo y alma. Cada día, desde entonces, me levanto agradeciendo la posibilidad de disfrutar del tiempo a mi antojo, sin estar condicionado por más obligación que la que yo mismo me imponga. Tiempo dedicado a leer, escribir y, fundamentalmente, a vivir y gozar de la compañía de la familia y los amigos. De esta manera, como cualquier jubilado, aprovecho para andar, recorrer la ciudad y descubrir, con ojos de curioso impenitente, rincones, personajes y estampas nunca antes contempladas desde una perspectiva inédita y empática, a ras de acera y surgida de la emoción, no desde el coche, camino hacia alguna parte. Todo un regalo.

También he sido obsequiado con mi propio hogar, no como lugar de tránsito hacia el reposo tras una jornada laboral, sino como espacio en el que las horas transcurren en función de los deseos y de mi actividad. Ha sido muy grato disfrutar de las mañanas en mi casa, dispuestas a mi entera voluntad y satisfacción, para planear nuevas rutinas domésticas, y de enriquecimiento y ocio. No he hallado mayor alegría que salir al balcón cada día a saludar una jornada que yo decido cómo emplear, sin que me sobren horas para el aburrimiento. La lista de proyectos es aun larga y plena de ilusión.

Se acumulan, por ejemplo, las lecturas, las visitas sosegadas a las librerías, a los museos, los espectáculos y las exposiciones que atraen mi interés y sacian un apetito selectivo por la cultura y el conocimiento, sin ánimo erudito, sino por el placer de saber, comprender y conocernos como seres humanos. De ello deriva una disposición diaria a la lectura reposada de autores noveles y de los que siempre he tenido predilección. Relecturas y lecturas que se rumian en el silencio mimado y atemporal que envuelve el lugar de las ensoñaciones literarias de una salita atiborrada de libros. Otro regalo inapreciable.

Como consecuencia de tales andanzas, el encuentro amistoso con esos vecinos con quienes los saludos se prolongan más allá de los protocolarios buenos días o buenas tardes, y que también consumen los días con los paseos y quehaceres que les dicta su soberana voluntad. Charlas y hasta copas compartidas sin la presión de las apariencias, el tiempo o las obligaciones para intercambiar impresiones sobre lo banal y lo relevante, sin menoscabo del intercambio de preocupaciones y expectativas. Una oportunidad para descubrir que, a pesar de las diferencias que artificialmente nos separan, participamos de una común ambición: luchar por vivir. El barrio, ahora, se llena de caras amables y conversaciones espontáneas en vez de aquellos rostros de gestos hostiles que expresan desconfianza y competitividad. Un regalo maravilloso.  

Como el que me hicieron los compañeros del trabajo tras sondear mis aficiones y con el que me sorprendieron hasta la emoción cuando celebramos mi despedida laboral. Sólo entonces comprendí aquellas inquisiciones sobre mis gustos y aquel afán cuasi detectivesco por mis gustos que yo relacionaba con una curiosidad lindante con el cotilleo y la intromisión a mi intimidad, sólo permitida a amigos entrañables con los que se comparten secretos y confidencias. Gracias a ellos, la fotografía despreocupada, como mera afición, se transforma ahora en un reto que exige dedicación, conocimientos y dominio de una excelente e insospechada cámara semiprofesional, cuyo uso está permanentemente unido al recuerdo de unos compañeros formidables e inolvidables. Sólo con la intención, ya generaron en mí una deuda de gratitud que nunca podré recompensar más que con mi amistad sincera. Un regalo impagable.

Pero el mejor ha sido el proporcionado por mi familia, siempre dispuesta a seguirme en mis nuevos derroteros, dispuesta a apoyar nuevas iniciativas, siempre lista para acompañarme en nuevas aventuras, en ayudarme a familiarizarme con mis nuevas rutinas y en sacar el máximo provecho a todo el tiempo del que dispongo. Mis hijos y mi esposa, incluidas esas nietas bellísimas, me brindan afectos no mediados por las costumbres, la tradición o los lazos que nos obligan, sino por el corazón, donde nacen los sentimientos. Ellos son, de todos, el regalo más valioso que me han traído los Reyes este año, sin necesidad de aguardar al día de hoy. Me hacen sentir una persona sumamente afortunada. Y eso que no creo en los reyes Magos.    

No hay comentarios: