Su primer discurso como presidente es toda una muestra de lo
que será su gobierno: populismo, nacionalismo y providencialismo enervante. El
empresario multimillonario se cree ajeno a las élites y piensa que es parte del
“pueblo” al que promete devolver el poder que le ha arrebatado un establishment político radicado en
Washington. El “obrero” Trump representa al pueblo llano y abomina de los
suyos, los ricos. Para ello, presenta una visión “distorsionada de la historia
norteamericana” con la que puede identificar enemigos que justifiquen las medidas que
piensa implementar: proteccionismo contra la globalización, nacionalismo contra
la inmigración, supremacía blanca contra los hispanos, los negros y los
musulmanes, el inglés como única lengua sin concesiones a otros idiomas,
privatizaciones contra ayudas públicas, machismo y misoginia contra la igualdad
en la sociedad, amiguismo contra el mérito, etc. Y como hizo durante la campaña
electoral, no duda en mentir y proferir falsedades con tal de no reconocer sus
equivocaciones y metidas de pata.
Así, su primer acto como presidente fue visitar a la Agencia Central de
Inteligencia (CIA), el servicio de inteligencia al que acusó de airear pruebas
falsas de que los rusos habían pirateado el ordenador de su contrincante,
Hillary Clinton, practicando una injerencia que le ha beneficiado. Incluso
había comparado la Agencia
con los nazis por elaborar un informe que recogía supuestos lazos
comprometedores de Trump con Moscú e indicios de un espionaje con el que
podrían chantajearle. De todo ello dejó constancia Donald Trump en su cuenta de
Twitter. Sin embargo, ahora como presidente lo niega y acusa a la prensa de
tergiversar sus palabras, como cuando acusó a Barack Obama de no ser
norteamericano.
Un presidente que recurre a la mentira, al engaño, a la
promesa fácil y a la manipulación nunca podrá ser un buen presidente ni una
persona que merezca la más mínima confianza. Menos aún cuando su comportamiento
parece movido por un ego insaciable que le hace creerse providencial, la única
persona capaz de arreglar los problemas de su país y del mundo, sin tener
experiencia en la gestión pública, siendo un completo ignorante del
funcionamiento de la
Administración , sin ningún contacto con la política real más allá
de sus relaciones con la extrema derecha mediática e incapaz de rodearse de
miembros cualificados para conformar su Gobierno que puedan resaltar, por
contraste, su mediocridad ególatra.
Como dijo una representante mexicana en la Marcha de Mujeres que se
celebró en Washington, junto a otras en Nueva York, Chicago, Boston, Atlanta,
Berlín, Londres, Sidney o Ciudad del Cabo, en contra del magnate convertido
presidente: “Esperemos que el mundo no retroceda 300 años con la llegada de
Trump”. Eso: esperemos que la era Trump acabe pronto.
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