Las guerras y la violencia siguen campando por el mundo:
Libia, Yemen, Afganistán, Irak, Sudán del Sur, Burundi, Ucrania,
etc. En Siria, tablero en el que se disputa con bombas una partida de
geoestrategia a varios niveles, muestra hasta qué punto un dictador es capaz de
aferrarse al poder masacrando a su población, una gran potencia contribuye activamente
a su permanencia, facciones islamistas se enfrentan encarnizadamente entre
ellas, naciones vecinas se involucran para afianzar influencia o debilitar a
adversarios, las grandes potencias prueban nuevas armas y entrenan a sus
ejércitos, y los que abastecen de munición y armamento a todos los bandos hacen
su agosto a través de la venta legal o del tráfico ilegal más descarado. Ese es
el escenario donde el Daesh, enemigo de todos y relevo de Al-Qaeda como organización
responsable del terrorismo internacional de inspiración islamista y fanática, causa
la destrucción e instala la muerte en su afán de proclamar un supuesto Estado
Islámico, desde el que adoctrina a musulmanes desarraigados y descerebrados
para que atenten en los países occidentales que los han acogido o, incluso, han
nacido. Víctimas inocentes de esta locura, centenares de miles de refugiados
que huyen de la barbarie, el hambre y la muerte, se juegan la vida en una
travesía por países inhóspitos que los rechazan o aventurándose en frágiles
embarcaciones por mar hacia una Europa que no sabe cómo enfrentarse a la mayor
crisis migratoria que sufre el continente y que pone en cuestión aquellos
valores que supuestamente figuraban esculpidos en el frontispicio de nuestras democracias:
igualdad, justicia y dignidad.
El terror se ceba sobre ellos fundamentalmente, pero
también, cual metástasis, intenta infectar nuestras sociedades con aislados
fanáticos lunáticos, valga la redundancia, que atentan cuando pueden y como
pueden en busca de hacer el mayor daño y miedo posible. Charlie Hebdó, Londres,
Bataclán, Niza, Bruselas, Berlín y tantos otros lugares ponen nombre a sus
acciones descabelladas por asesinar indiscriminadamente a ciudadanos tan
inocentes como los que huyen y emigran buscando refugio. Pero si grave son las
muertes que provocan, también lo es la reacción de desconfianza e inseguridad
que generan en Europa y que es utilizada por populistas de derechas e
izquierdas que incitan el racismo y la xenofobia, como instrumento tremendamente
eficaz, para alcanzar el poder, desmantelar conquistas sociales y culpar a los “otros”
de todos nuestros males y problemas. Así, de criminalizar a los inmigrantes a
culpabilizar a los vecinos europeos, va sólo un paso, el que ha dado Inglaterra
con el portazo del “Brexit”, de consecuencias aun desconocidas. De aquellos Estados
Unidos de Europa en que queríamos integrarnos a levantar vallas y muros intracontinentales,
poniendo fronteras contra el Espacio Schengen que nos permitía la libertad de
movimientos, sólo han hecho falta el miedo, la desconfianza y unos agitadores
del nacionalismo más rancio y egoísta que aprovechan este río revuelto para destruir nuestros logros. Un
proyecto, el de la Unión Europea ,
hecho añicos por esa inseguridad que los terroristas han logrado inocularnos
hasta hacernos renunciar a nuestros ideales y valores, los que se basan en los
Derechos Humanos y hacen posible la Democracia.
Esta manipulación del miedo es la misma que ha usado el candidato
Donald Trump para lograr el ticket
hacia la Casa Blanca ,
acusando a los mexicanos de ser violadores y asesinos, pavoneándose de su
machismo para asegurar que un hombre poderoso puede manosear a cuantas mujeres quiera
y prometiendo un EE UU más poderoso, renegando de la globalización y
atrincherándose en un proteccionismo comercial y económico. Lo más curioso del
éxito del candidato republicano es su vinculación, con trama de espionaje incluida,
con el presidente ruso, Vladimir Putin, relación impensable en ese país en
tiempos del “inquisidor” McCarthy, senador también republicano que impulsó una infame
persecución contra todo lo que oliera a comunismo, hazaña conocida como “caza
de brujas”. Ideológicamente ubicado en la ultraderecha; multimillonario con
intereses empresariales que provocarán conflictos en su labor presidencial
(¿impulsará leyes que perjudiquen sus negocios?); ilustrado del Reader´s Digest que niega el cambio
climático y piensa actuar en consecuencia, contaminando todo lo que favorezca
el comercio; estadista de barrio que se deja influir por quien admira por su
determinación autoritaria, como Putin o Netanhayu; racista hasta para el uso de
champú y sectario clasista como para revocar la tímida protección sanitaria de
Obama que extendía su cobertura a los humildes que no pueden permitirse un seguro
médico privado, así es el nuevo comandante en jefe de la nación más poderosa de
la Tierra , un
Donald Trump recién elegido por sus conciudadanos norteamericanos, incluso por
los que deberían temerle, mujeres, negros, hispanos y pobres que no tienen ni para
el médico, pero se creen sus recetas simplistas de hacer de nuevo a América
grande (Make América great again). Un simple eslogan que ha movilizado a las
masas hasta hacer realidad la mayor amenaza del mundo para la libertad, la paz
y la justicia en las relaciones internacionales.
A escala local, 2016 también ha sido nefasto para un país
como España que ha desperdiciado el año sin formar gobierno y, por tanto,
posponiendo medidas e iniciativas imprescindibles para el interés general. Las
inevitables negociaciones para lograr un pacto que permitiera la formación de
gobierno, entre fuerzas políticas minoritarias condenadas a entenderse, no
supieron priorizar el interés general a los intereses partidistas, obligando a
repetir las elecciones y a punto de convocarlas por tercera vez. Ello ha
debilitado un sistema político en que los partidos han dejado de ser
instrumentos útiles para la participación ciudadana y han provocado la
desafección social hacia ellos. Esa falta de altura política y las divergencias
internas para establecer objetivos plausibles que ilusionen a los ciudadanos han
ocasionado que se produzcan divisiones y fracturas en estas organizaciones
políticas. El PSOE forzó la dimisión de su Secretario General para poder
permitir, con su abstención, la formación de gobierno. Podemos, un partido
emergente, se halla en medio de un debate que enfrenta a sus dos principales
líderes en un pulso que amenaza con ruptura. Y el PP, aunque mantiene las
riendas del Gobierno, se ve inmerso en permanente revisión de sus políticas a
causa de los pactos que le permiten gobernar, pero que enervan a los acérrimos
defensores de las esencias que velan por la pureza ideológica de la formación.
Ello es lo que ha llevado al presidente de honor de la formación, el expresidente José María Aznar,
a renunciar de ese cargo honorífico para poder cuestionar con libertad, sin
importarle ser tachado de deslealtad, a su propio partido y al líder que
designó personalmente para dirigirlo. Le duele que su partido, imputado por financiación
ilegal y cercado por la corrupción, no defienda con más ahínco a viejas
glorias, ahora imputadas, como la exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá,
fallecida a causa de un infarto cardíaco en medio del proceso judicial. No
entiende que los nuevos tiempos exigen políticas más transparentes y honestas,
no un corporativismo al estilo mafioso.
Mientras ello sucede en las alturas, la gente sigue viviendo
como puede, consiguiendo, al menos, trabajos precarios, en condiciones
precarias y con sueldos igualmente precarios. Es la famosa recuperación de la
que alardean los que venden humo. Y se entristece con la muerte de las figuras
que le entretuvieron y le ayudaron a soportar esta existencia, como Leornard
Cohen, Manolo Tena, David Bowie, Prince, Juan Meneses, George Michael, Juan
Peña “El Lebrijano”, Imre Kertész, Umberto Eco y tantos otros. Definitivamente,
2016 es un año para olvidar.
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