Que estas contradicciones y paradojas surjan en personas
fanáticas y en absoluto tolerantes es lo esperado, pero que las mantengan gente
que conoce los ámbitos en que se circunscriben estos derechos, es, a estas
alturas, sorprendente, cuando no preocupante. Es más, que, desde determinados
sectores sociales, se considere ofensivo a sus sentimientos religiosos una
manifestación contraria a la existencia de una capilla religiosa en un recinto
universitario es relativamente coherente con sus creencias y actitudes. Pero
que desde un medio de comunicación se haga campaña en contra de una resolución
judicial porque falla la absolución de una manifestante, acusada de un delito
contra esos sentimientos, no sólo es claro ejemplo de periodismo amarillista y
fanático, sino también casi de desacato, ya que tilda la sentencia de
“política” y parcial por no “proteger” tales sentimientos religiosos, como si
estos tuvieran mayor preponderancia que los de libertad de expresión, opinión y
manifestación reconocidos a todos los ciudadanos sin distinción, posean
sentimientos religiosos o no.
Esa sentencia de la Audiencia de Madrid falla la absolución de la
concejal Rita Maestre del delito contra los sentimientos religiosos del que
había sido acusada por haber participado en una manifestación que irrumpió en el
interior de una capilla y rodeó el altar para protestar contra la existencia de
lugares de culto en un recinto universitario, algo que resulta contradictorio
en el ámbito donde el pensamiento científico y racional debía imperar y
fomentarse. Durante el acto de protesta, las manifestantes se despojaron de sus
blusas y se exhibieron en sujetador mientras lanzaban consignas, algunas muy
provocativas (¿cuál no lo es?), contrarias a la injerencia católica en
decisiones civiles (como la ley del aborto) y otros derechos y libertades
propios de un país democrático, plural y formalmente laico o aconfesional.
Los más acérrimos, intolerantes y fanáticos practicantes del
catolicismo patrio, auténticos herederos del nacionalcatolicismo que desearían
continuara imponiéndose por la fuerza de la ley a la totalidad de la población
española, estiman un auténtico ultraje esa manifestación y tachan de
profanación el hecho de rodear el altar para lanzar consignas, ya que para
ellos se trata de un lugar sagrado donde sólo un cura puede oficiar a los
feligreses. Para tales personas, que las hay, es totalmente intolerable que se
cuestione el proselitismo religioso en una universidad. Y se sienten
profundamente ofendidas. Confiaban en un severo castigo judicial que lave sus
ofensas. Tal reprimenda no se ha producido y se rebotan contra la decisión de la Justicia. Que la crítica
a la permanencia de espacios reservados a las creencias en los ámbitos
universitarios sea catalogada como “saña anticatólica” por esos fanáticos no
deja de ser una muestra de su fanatismo radical y nostálgico de épocas
inquisitoriales. Pero que un medio de comunicación moderno, aunque sea
conservador, considere la sentencia de “política” y “oportunista” porque no estima
delictivo el ejercicio del derecho de manifestación, raya en el desacato y la
falta de respeto a la
Justicia.
Al parecer, los tiempos no avanzan para algunos sectores y
medios de comunicación, que siguen reaccionando como en épocas en que podían
condenar por su simple voluntad y criterio cualquier expresión y conducta que se
apartara de sus dictados y valores imperantes. No asumen la diversidad y la
pluralidad de la sociedad moderna y siguen confiados en una Justicia subordinada
que vele y defienda esos valores e intereses dominantes, como si el judicial fuera
un poder dependiente de una élite poderosa y excluyente. Afortunadamente, a
veces los jueces ejercen su función con libertad y ajenos a presiones, y hacen
justicia. Criticar las creencias dentro de la universidad no es delito y así lo
ha estimado esa sentencia absolutoria. Que los fanáticos se sientan ofendidos
es cosa suya, pero no por ello se van a cercenar las libertades más relevantes
para la sociedad, como son las de opinión, expresión y manifestación. Tendrán esos
fanáticos y los medios que los apoyan que acostumbrarse a convivir en un país
libre y aconfesional, en el que viven personas laicas y religiosas, sin ningún
privilegio de unas sobre otras. Y que una Justicia imparcial se atenga a las
leyes y no a las tradiciones y creencias dominantes, tampoco debería ser motivo
para un comentario editorial que, no sólo disiente de lo sentenciado, sino que tergiversa
la decisión del juez como de “oportunista y cómoda” por fallar una absolución
“política” de la imputada, una persona en el extremo ideológico opuesto al de la
tendencia del medio en cuestión, nada imparcial, por cierto, en asuntos
religiosos, monárquicos, políticos y económicos.
La única impunidad que cree ver en este asunto ese medio no
es la que parece conceder la
Justicia a la imputada para seguir manifestándose, sino la
que el propio medio disfruta para tergiversar y criticar decisiones judiciales
cuando no son conformes a sus criterios e ideas particulares. Flaco favor se
hace a la democracia cuando las decisiones judiciales son instrumentalizadas
por la diatriba política y la mercantilización mediática.
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