Este mes de diciembre está resultando ser una muestra bastante fidedigna de la realidad, una muestra espantosa de un mundo convulso, violento y cruel que, por sus cuatro costados, rezuma sangre, terror, muerte y corrupción. Unas veces, las menos, es la naturaleza la que provoca el caos y el dolor con fenómenos imprevisibles que desbordan nuestra capacidad de contrarrestarlos, como esas precipitaciones insólitas de hace unos días que inundaron el sudeste peninsular ocasionando cinco muertes y grandes daños materiales. Las lluvias torrenciales y los terremotos son fenómenos naturales con los que convivimos sin que perturben nuestra existencia cotidiana hasta que hacen acto de presencia y revelan nuestra fragilidad ante la fuerza descomunal que exhiben y con la que destrozan vidas y bienes materiales. Afortunadamente, son esporádicos y, una vez reparados los daños y enterradas las víctimas, nos olvidamos de ellos y volvemos a construir edificios sin medidas antisísmicas y obstruyendo los cauces de los ríos.
Peor aun son el odio y la soberbia machista que conducen al
asesinato. En tan sólo un fin de semana, cuatro mujeres fueron asesinadas por
sus parejas o exparejas en España, víctimas de una violencia de género,
machista para ser exactos, que es capaz de acabar con la vida de aquellas
personas a las que considera de su propiedad, como si fueran un objeto y no
soportara perderlo. Cerca de medio centenar de mujeres -esposas, parejas o
novias-, han pagado con su vida, en este año que aun no ha finalizado, el
querer romper una relación que era insoportable e indigna, sin que hallaran a
tiempo la protección de una sociedad que no sabe o no quiere acabar con esta
lacra. Diciembre muestra, con esa concentración de asesinatos en pocos días, un
problema de inmadurez masculina que resuelve con violencia su incapacidad para
convivir en pareja en igualdad de condiciones y con respeto a la dignidad de la
mujer como persona. Más de cuatrocientas denuncias diarias por malos tratos a
mujeres evidencian la existencia de un mal que hunde sus raíces en una cultura
de estereotipos, desigualdades y preponderancia del varón que todas las medidas
de visibilidad y equiparación en derechos de la mujer no ha logrado aun erradicar. Cuatro mujeres
asesinadas en diciembre dan muestra de ello.
Otra muestra es el terror que no cesa. Una muestra
irracional del fanatismo terrorista que se escribe con nombre de ciudad,
Berlín. Otro camión, utilizado como arma mortífera, ha sido el medio para
producir un atentado contra un mercadillo de Navidad en esa ciudad alemana,
lanzándolo contra las personas pacíficas que visitaban los tenderetes y hacían
sus compras. Otro acto de terror en nombre de un supuesto Estado islámico e
implorando una divinidad que, de existir, estaría avergonzada de lo que se hace
en su nombre. Otro ejemplo, en este mes de diciembre, de lo que es capaz el fenómeno
yihadista, como cualquier fanatismo, por imponer una determinada visión del
mundo y un determinado modelo de sociedad, no mediante la razón y el convencimiento,
sino por la fuerza de la coacción y las bombas, entre propios y extraños. Este
mes de diciembre ha sido en Breitscheidplatz como antes fue Niza, Bataclán,
Madrid, Londres o Nueva York, ciudades occidentales contra las que se atenta
para atemorizar a sus ciudadanos y fomentar una reacción que justifique
estrategias y políticas de los violentos islamistas. Pero también han sido
Jordania, Siria, El Cairo o Turquía, centros urbanos del mundo árabe y musulmán,
que demuestran que el enemigo no es la civilización occidental, sino cualquiera
que impida las ansias de poder de los radicales islamistas que utilizan la
violencia y el terror como mecanismos de conquista, control y adoctrinamiento.
Diciembre es, simplemente, un botón de muestra de este peligro mundial que
golpea cuando puede y del modo más cobarde: a traición y contra inocentes. La
mejor defensa contra las intenciones de los fanáticos es reafirmarnos en
nuestros valores, en la libertad, la tolerancia, los derechos humanos y la
democracia, que son los que han llevado a nuestras sociedades, a pesar del
terrorismo y otros muchos problemas, a disfrutar de los mayores logros de paz,
progreso y desarrollo en el mundo. Y no sucumbir a las amenazas del terror ni de
los que aprovechan el miedo para que cedamos derechos y libertades en nombre de
una supuesta seguridad. Porque el problema no son los refugiados, sino los
violentos. No es la inmigración, sino las guerras, el hambre y la pobreza.
Diciembre nos vuelve a enfrentar ante otro zarpazo del terrorismo para que
reafirmemos nuestros ideales, no para que renunciemos de ellos.
Y junto al dolor y la muerte, la corrupción, la desfachatez
de los “listos” que abusan de la confianza de los ciudadanos para su provecho
particular. Casos y más casos de corrupción política y económica que delatan un
sistema podrido que así engrasa su propio funcionamiento, basado en el lucro y
la obtención de beneficios como único y exclusivo fin. Ya no se trata de
irregularidades y clientelismo a escala local, tampoco nacional. Se trata de
que los tres últimos presidentes del Fondo Monetario Internacional se han visto
involucrados, encausados y algunos de ellos condenados por actuaciones
impropias, inmorales y desleales con el cargo que desempeñan. ¿En qué manos
está la gobernanza del capitalismo mundial? En manos de corruptos que dictan
normas que empobrecen a los más desfavorecidos, en manos sucias de una gente
que exige una austeridad injusta mientras esos dirigentes trapichean y se
enriquecen gracias a los puestos que ocupan y a la falta de la más mínima
vergüenza que sirva, al menos, para que se ruboricen. Christine Lagarde es la muestra que este diciembre pone cara a la
realidad de un sistema carcomido por la corrupción y que persigue sólo el
beneficio lucrativo de unos pocos, los detentadores de capital, y no el interés
general de los ciudadanos. Diciembre como muestra de nuestros males e
infortunios, y que no tienen visos de solución.
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