Derrumbes en Ecuador |
Ello es, precisamente, lo que ha ocurrido hace unos días, de
manera casi simultánea, con dos terremotos que han sacudido violentamente a
Japón y Ecuador, como si esos países, que se ubican en extremos opuestos del
mundo, hubieran sufrido los efectos de una única presión que ha hecho temblar
la superficie de la Tierra. En
el plazo de 24 horas, un potente seísmo, de magnitud 6,4 en la escala de
Richter, causaba en el sudoeste de Japón cerca de 50 muertos y obligaba evacuar
a más de 100.000 personas. Otro aun más letal, de magnitud 7,8, ocasionaba una
catástrofe en la zona costera de Ecuador, donde dejaba un balance provisional
de más de 500 muertos, miles de desaparecidos y cerca de 20.000 personas sin techo.
Este último terremoto está siendo, porque todavía persisten las réplicas, el
peor seísmo que ha sufrido el país sudamericano en las últimas décadas.
Tales temblores, debidos a la colisión de placas tectónicas
que se desplazan lentamente por debajo de la corteza terrestre, son habituales
sobre unas fracturas, denominadas fallas, que se forman en el punto de fricción
de dos placas. Una empuja a la otra, introduciéndose por debajo o por encima de
ella, con tal fuerza que eleva las montañas y, de vez en cuando, libera tal
cantidad de energía que hace temblar todo lo que está situado sobre ella,
tierra o mar, provocando terremotos o maremotos.
Aparte de la coincidencia temporal, ambos terremotos
comparten la característica de estar ligados al “Cinturón o Anillo de fuego del
Pacífico”, brecha en la que convergen las placas del lecho marino con la
continental, provocando una presión tan enorme que, tras acumularse durante cientos
de años, se libera de forma brusca en forma de terremotos de gran intensidad.
La mayoría de los seísmos del mundo tienen lugar en algún punto del Anillo de
Fuego.
Derrumbes en Japón |
A pesar de conocerse las causas por las que se producen
estas violentas sacudidas de la corteza terrestre, apenas se toman medidas para
contrarrestar sus efectos más mortíferos. La irracionalidad imprudente del ser
humano lo lleva a establecerse en zonas de riesgo sísmico, a construir sobre
cauces secos por donde discurrirán las aguas de una inundación o a los pies de
un volcán. Saber, como se sabe, que se está viviendo sobre una falla debería
hacer extremar las precauciones que minimicen las consecuencias de un más que
probable temblor de tierra, como los sucedidos en Japón y Ecuador. Siendo de
magnitudes similares, el de Japón ha provocado menos víctimas mortales que el
de Ecuador, fundamentalmente por la precaución nipona de construir sus
edificaciones con medidas antisísmicas, cosa que no se ha previsto en el país
sudamericano, donde el número de fallecidos es diez veces mayor que el del país
asiático.
Parece evidente que la peligrosidad de estos violentos
fenómenos tectónicos procede antes de la imprudencia humana que de la fuerza
desatada de los mismos. Cabe esperar, por tanto, que tras el rescate de las
víctimas y la prestación de todas las ayudas necesarias para la reconstrucción
de las zonas afectadas, las autoridades decidan adoptar las medidas que la
ciencia y la técnica permiten para evitar exponer a la población a los riesgos
evitables de un terremoto. No todo ha de ser lamentaciones y hay
responsabilidades que asumir cuando se quiere determinar por qué unos
terremotos causan más víctimas que otros, dependiendo del país donde se produzcan.
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