De aquel trío de sicarios, en realidad cuarteto, fue José Manuel Durao Barroso, entonces Primer Ministro portugués y anfitrión de
El instigador de la guerra, el mandatario norteamericano
George W. Bush, si bien tampoco ha pedido perdón por incendiar, no sólo con
bombas, una zona extremadamente delicada de Oriente Próximo con consecuencias
que ahora estamos pagando, sí al menos reconoce, en una entrevista concedida en
2008 a
la cadena de noticias ABC News, que su mayor error fue hacer caso de esos
informes de inteligencia. A pesar de tomar personalmente la decisión de invadir
Irak, intenta ahora echar la culpa a unos informes que, incluso entonces, nunca
confirmaron los motivos que sirvieron de excusa para emprender semejante
aventura bélica. Bush jamás ha pedido perdón al pueblo norteamericano, pero
reconoce haberse equivocado. Algo es algo.
Más explícito ha sido, en cambio, el exprimer ministro
británico Tony Blair, quien abiertamente ha pedido “perdón por haber manejado
informaciones erróneas de los servicios de inteligencia” a la hora de apoyar la
invasión iraquí y por no calibrar los efectos de aquel conflicto. En unas
recientes declaraciones a la CNN ,
Blair admite incluso que la invasión de Irak ha influido en el ascenso de los
yihadistas en la región y en la aparición del llamado Estado Islámico (ISIS).
Considera, no obstante, que el derrocamiento de Sadam Husein ha siso un acierto
de la coalición. Bastaría con echar un vistazo al avispero en que se ha
convertido aquel país y toda la zona para contradecir al cínico Blair. Pero,
también, algo es algo en sus disculpas.
El único que continúa siendo terco, manteniendo y no
enmendando su actitud, es José María Aznar, que sigue asegurando que España
“salió ganando (en) apoyo internacional” al respaldar la guerra de Irak en
marzo de 2003. De los integrantes de la foto de la infamia, Aznar sigue sin
admitir errores ni encontrar motivos para el arrepentimiento por participar en
una guerra ilegal e inmoral, que no contaba con el beneplácito de la ONU. Y es que no puede
pedir perdón por ser esclavo de sus palabras y engaños. De hacerlo, admitiría
lo que siempre ha intentado negar, abundando en la falsedad y la mentira,
acerca de la clara relación existente entre su apuesta por la guerra, los
atentados de Atocha y la inesperada victoria electoral de José Luis Rodríguez
Zapatero en las marzo de 2004. Aznar es un político atrapado por sus mentiras y
cautivo de su soberbia. De todos los de la foto, el expresidente español es el
único que no puede reconocer errores porque no se equivocó al alinearse con los
matones: lo hizo a sabiendas para buscar a cualquier precio un fortalecimiento
en las relaciones con Estados Unidos; no puede parapetarse tras informes falsos
porque ya sabía que eran manipulados para justificar una invasión, a pesar del
rechazo multitudinario que mostró la población; y es incapaz de pedir perdón
porque sería impropio de un estadista de su talla y talento, capaz de seguir
mintiendo para intentar ocultar las consecuencias de sus mentiras y errores.
Lo único que puede hacer José María Aznar es mantenella e no enmendalla, disimular dando consejos a quien quiera escucharlos y, como el chiste, intentar persuadir al personal que, de todos los fotografiados en las Azores, él es el único que no lleva el paso cambiado.
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