No seré yo quien ponga pegas a una necesaria educación sexual y reproductiva de nuestros jóvenes, expuestos como están a ser mal informados o mal orientados en su desarrollo sexual y afectivo por una cultura y un mercado que hacen de las relaciones sexuales y el erotismo un filón, aparte de asequible, sumamente rentable y perfectamente útil para manipular o someter voluntades y conductas. Por el mero hecho de enseñarles a consumir lo que les será ofrecido de manera empalagosa por la publicidad, los hábitos sociales y sus propias pulsiones, se hace imprescindible unas mínimas nociones de lo que su anatomía y fisiología les brindan para asegurar la especie y disfrutar con ello, sin encorsetamientos morales pero con responsabilidad y respeto a las demás personas con las que han de relacionarse. Entre avanzar a tientas y a ciegas de manera intuitiva, aprendiendo de las equivocaciones, a guiarnos por el mundo de la sexualidad con un bagaje previo, más teórico que práctico, que nos prevenga de esos errores y peligros, siempre habrá un abismo, pero en el que será preferible la seguridad de una enseñanza y el conocimiento sobre lo que hacemos y a lo que nos enfrentamos. Mejor que la represión o las amenazas de castigos y pecados, a veces traumatizantes, resulta mucho más sano y racional descubrir el ámbito sexual de nuestra biología y psicología que tanta influencia tiene en la formación de la personalidad y los sentimientos. Nunca estará de más una deseable y completa formación que desmitifique y aclare las cuestiones sexuales con las que han de vérselas los jóvenes nada más alcanzan la pubertad y salen a la calle.
En principio, para garantizar y reforzar su derecho a la libertad.
El ejercicio de la libertad se basa en decidir con criterio, en saber
distinguir lo que conviene de lo desaconsejable, lo beneficioso de lo
perjudicial y lo plausible, aunque utópico, de lo imposible, y para ello se
precisa de un conocimiento previo acerca de las opciones existentes y un
criterio para decidir basado en argumentos sólidos y racionales. La libertad de
disfrutar de la sexualidad, de manera responsable y beneficiosa, se logra
inculcar en los jóvenes a través de la educación, del mismo modo que se les enseña
de todo lo que puede serles de utilidad en su vida individual, colectiva y
profesional. También, naturalmente, en relación a su educación sexual, en un
contexto social de libertad, tolerancia y respeto a todas las tendencias y
manifestaciones sexuales.
No se entiende, por tanto, la polémica que ha despertado, a
estas alturas de la postmodernidad, la iniciativa del Ayuntamiento de Sevilla
de gastar 1.400 euros en la compra de 7.000 monodosis de lubricantes de uso
vaginal y anal destinados a los alumnos mayores de edad que asisten a los
talleres municipales sobre Promoción y Protección de la Salud Afectivo Sexual. Se trata
de una actividad promovida por el servicio de Salud y Bienestar Social del consistorio
hispalense, que forma parte de un programa de educación que se imparte desde
hace varios años en institutos de secundaria de la ciudad y en el que han participado
entre 70 y 80 centros, según informan los medios de comunicación.
Los sectores más conservadores de la ciudad muestran su
“sorpresa y escándalo” al conocer que un programa de educación sexual dispense
a los jóvenes preservativos y lubricantes que facilitan unas relaciones
sexuales sin peligro, sin dolor y con conocimiento de los recursos que posibilitan
un disfrute placentero. Para las mentes “bienpensantes” aunque estrechas,
rescatar el sexo del rincón pecaminoso, oscuro y sucio en el que lo arrinconan,
destinado exclusivamente a la reproducción, para situarlo entre las
manifestaciones polivalentes del ser humano -como el arte, el ocio o la
gastronomía-, con las que expresa su cultura y una forma de relación y
comunicación, a partir del sustrato biológico y psicológico que las hacen posible,
es excesivo y escandaloso.
Por ello no comprenden que, como justifica el jefe de
servicio de Salud en su informe técnico, Fernando Martínez-Cañavate, el objetivo
del curso no consista sólo en evitar los embarazos no deseados o el contagio de
enfermedades de transmisión sexual, sino también que “cada persona sea capaz de
establecer relaciones amorosas y afectivas de buen trato”. No les parece bien
que se persiga reorientar la percepción de la sexualidad de los jóvenes hacia
aspectos que la vinculan al desarrollo y bienestar de las personas, liberándola
de la “anormalidad” moral, jurídica y clínica en que está enclaustrada. Tienen
una mentalidad y una concepción de la sexualidad distinta a la de los jóvenes.
Que el Ayuntamiento de Sevilla se gaste 1.400 euros de su
presupuesto para adquirir un lubricante con finalidad pedagógica en unos
talleres de educación sexual no debería causar ningún escándalo, Lo escandaloso
es que todavía exista un sector de la población al que le parezca un
despilfarro perjudicial combatir la visión sexista, androcéntrica,
heterosexual, genitalista y coitocéntrica de la sexualidad que impera en el
orden social hegemónico. Porque será la visión dominante del sexo, pero está
cada vez más alejada de la práctica y la vivencia de la sexualidad de los
jóvenes y de quienes conducen sus vidas en libertad y tolerancia plenas, con
responsabilidad y criterio.
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