El PP ha procurado siempre aglutinar, en Andalucía y resto
de España, todo el pensamiento conservador y de hecho ha trabajado para
representar en exclusiva a la derecha política. Eso es un hecho que por un lado
le beneficia, al recibir todo el voto que en un primer momento se repartía entre
liberales (UL), demócratas cristianos (PDP) y centristas (UCD), rápidamente
fagocitados por una Alianza Popular (AP) que se transformaría en el actual PP,
pero que por otro le perjudica al representar los intereses de una clase
social, en la que se integran terratenientes, caciques y una alta burguesía,
que causa repudio entre los trabajadores y en áreas rurales. Combatir esa
imagen sin dejar de monopolizar el voto de derechas es lo que marca la
evolución en escaños del Partido Popular, hasta casi rozar la mayoría absoluta
en la última legislatura.
El sistema de partidos en Andalucía muestra un claro
bipartidismo, lo que en principio le favorece, aunque hasta la fecha sólo haya
permitido gobiernos socialistas. Ese sistema presenta dos grandes etapas: Una
primera, de 1982 a
1990, con claro predominio del PSOE, que conseguía amplias mayorías absolutas,
salvo excepciones; y una segunda etapa, de 1994 hasta la actualidad, en que dos
grandes partidos concentran la mayoría del voto, sin mayorías absolutas, y también
con excepciones. Es en esta segunda etapa cuando el PP empieza a incrementar su
representación parlamentaria en paralelo a la pérdida de confianza de los
ciudadanos en el PSOE. A partir de las elecciones de 1994, el PP experimenta un
salto cualitativo que le hace duplicar prácticamente su número de escaños. No fue
fácil convertirse en alternativa de gobierno y para ello tuvo que cambiar de
cartel electoral casi en cada legislatura. En las nueve elecciones autonómicas
celebradas en Andalucía, el PP ha presentado hasta cinco candidatos distintos:
Antonio Hernández Mancha, Gabino Puche, Javier Arenas (en cuatro ocasiones),
Teófila Martínez y, ahora, Juan Manuel Moreno. Este último, casi un recién
llegado, es el que disputa la presidencia de la Junta de Andalucía a la
actual gobernante socialista, Susana Díaz. Pero lo tiene difícil.
Para empezar, el PP encara estas elecciones desde los
cimientos de su actual mayoría parlamentaria -55 escaños- que debe, cuanto
menos, revalidar. Todo lo que no sea repetir resultados será considerado como
derrota, aunque luego se edulcore y matice con todas las justificaciones que se
quiera. Si ni siquiera Javier Arenas, conocido hasta en el último rincón de
Andalucía, pudo arrebatar el Gobierno a los socialistas empleando cuantas
“artes” tenía a au alcance, el actual “rostro” de los Populares poco podrá
hacer como no sea el empeño de intentarlo con la “devoción” con que lo hace. Está
obligado a responder a la confianza depositada en él por quien lo señala con el
dedo.
Juan Manuel Moreno es tan desconocido que ha servido para
hacer una encuesta humorística en El
Intermedio, un programa televisivo nada afín a los populares, con una persona que se hacía pasar por él en Córdoba. Le
hicieron un favor, pues muchos cordobeses ya saben quién es el candidato del PP
en estas elecciones. Y es que no le han dado tiempo para darse a conocer. Hace
sólo un año que fue impuesto por Mariano Rajoy en la presidencia del partido en
Andalucía en contra del criterio de la Secretaria General ,
Dolores de Cospedal, y de Juan Ignacio Zoido, presidente “interino” del PP
andaluz, quienes habían elegido a José Luis Sanz, a la sazón secretario general
en Andalucía, alcalde de Tomares (Sevilla), senador en Cortes e imputado por el
Supremo en un caso de supuesta malversación y prevaricación cometido en su
Ayuntamiento. Juanma Moreno carece de
oportunidad para fabricarse una imagen curtida en la dialéctica parlamentaria,
donde se miden los verdaderos candidatos, ya que tampoco es diputado
autonómico, sino simple “líder” buscado en Madrid para componer un nuevo cartel
electoral, a ver si a ésta va la vencida.
Ese “rostro” casi desconocido es el que tiene que convencer
a los andaluces de que el partido que gobierna la Nación , el que impuso los
recortes salvajes en educación, sanidad, pensiones y dependencia, y el que ha
impulsado “reformas” que han laminado la clase media, instalado la precariedad
en el trabajo, los salarios y las condiciones laborales, y hundido en el
empobrecimiento a la mayoría de la población del país, es el partido que mejor
defiende los intereses de los andaluces y el que merece gobernar la región.
Cuando esas políticas han asfixiado a los trabajadores, dejado sin recursos los
servicios públicos, reducido o eliminado prestaciones sociales y negado
financiación suficiente a la propia Junta para acometer su función, es muy
difícil que ese partido consiga el respaldo mayoritario de los votantes en
Andalucía. Y aunque el Gobierno andaluz no se queda atrás en la responsabilidad
de una austeridad a rajatabla, los ciudadanos saben que los criterios vienen
impuestos por el Gobierno de España, que elabora los presupuestos del Estado,
distribuye la financiación de las autonomías, establece el margen del déficit
que se debe cumplir y legisla las políticas a aplicar. Es verdaderamente
improbable que, en la autonomía más poblada del país y en la que la tasa de
paro es más elevada, pueda el partido responsable de todas esas medidas
impopulares, subrayadas con iniciativas de confrontación adoptadas por la Junta de Andalucía,
conseguir el suficiente respaldo de votos como para obtener la mayoría
absoluta. Es una tarea titánica.
Y es que, no sólo ha de superar el problema del
desconocimiento de su candidato y la impronta negativa de su gestión a nivel
nacional, el PP debe además, por primera vez en su historia, luchar para que no
le arrebaten votos otras formaciones que compiten por su electorado. Nos
referimos a Ciudadanos, el nuevo partido emergente, junto a Podemos, que
aparece con pujanza en el escenario político. Demasiados obstáculos como para que
el Partido Popular, por mucho que baje Rajoy todas las semanas a apoyar a su
candidato, pueda auparse en el poder en Andalucía. ¿O es posible?
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