miércoles, 18 de marzo de 2015
Desasosiegos de la muerte
Desasosiega pensar en la muerte, en la muerte de uno, naturalmente, no
en la de los otros, que es la única que se da por segura, inevitable siempre en
los demás. Pero el desasosiego surge no por morir, sino por cómo moriremos, cómo
nos sorprenderá ese instante postrero, a veces imprevisto y, otras, relegado
por una enfermedad que poco a poco nos apaga hasta hacernos anhelar un final
excesivamente demorado. Desasosiega imaginar cuál será el último pensamiento que
nos acompañará justo antes de integrarnos en la nada, incluso si seremos conscientes
del último aliento de una vida que, en ese momento, podrá parecernos tan breve
como un suspiro o cruelmente larga como una agonía inacabable. Desasosiega
pensar, en ese trance definitivo, que toda tu existencia apenas ocupará el
recuerdo en quienes te aprecian y sobreviven, y que también ellos y su memoria acabarán
perdiéndose en el olvido. Que tus luchas, ambiciones y derrotas desaparecerán
cuando tus ojos no perciban ninguna luz y tu boca se ennegrezca insensible a
cualquier deseo. Desasosiega la muerte por el tránsito que nos conduce a ella
más que por el destino al que inexorablemente nos aboca. Desasosiega enfrentarse
al lívido rostro de la muerte con la incertidumbre de una lucidez postrimera y
desde la consciencia de la propia existencia. Desasosiegan los desasosiegos de
la muerte.
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