Ana Mato saluda a Rafael Hernando |
Monserrat Nebrera |
Hay sobradas muestras de esa actitud insolente de la derecha
zafia cuando se encabrona con una Andalucía que no se fía de unos señores
faltones en la ira, desvergonzados en la avaricia e hipócritas en las relaciones
a que se ven obligados por los nuevos tiempos. Así es la derecha jactanciosa de
sus lujos, sus colegios, su jerga y sus atropellos, la que se mofa del acento
andaluz al que tilda “de chiste” porque aspira las eses y no se avergüenza del
ceceo, como el que pronuncia la exministra de Fomento, Magdalena Álvarez,
considerada la “cosa” por la diputada del Partido Popular Monserrat Nebrera,
tan fina y culta ella. O la de los improperios de toda una ministra de Sanidad,
Ana Mato, antes de ser ninguneada por incompetente frente a la crisis del ébola
por la vicepresidenta del Gobierno y ser imputada por el juez del caso Gürtel, cuando
aseguraba procaz que “los niños andaluces son prácticamente analfabetos” y “dan
clase en el suelo”. Se deja llevar tan excelsa señora por sus prejuicios con la
educación pública y su indisimulada tendencia a los buenos colegios privados
que sólo pueden costearse los de su clase social.
Feijoó y el contrabandista |
No son descalificaciones antiguas y puntuales, sino que
siguen produciéndose cada vez que esa derecha se impacienta con la realidad.
Aquel diputado por Almería que escupía aquello de que “Andalucía es como
Etiopía” es el mismo Rafael Hernando que, ahora como portavoz del PP en el
Congreso, anima a los suyos en la actual campaña electoral a “sacar a Andalucía
del pelotón de los torpes” porque, al parecer, no votar al PP es cosa de torpes
y cortos de entendederas. Aquí, la Transición no se ha completado, según un
excelentísimo representante de esa derecha obtusa que gobierna Galicia desde
los tiempos de Fraga, hasta que “en Andalucía gobierne un partido distinto al
que ha gobernado siempre”. Lo que decidan los andaluces con su voto no es
suficiente para Alberto Núñez Feijoó, ínclito presidente gallego que se pasea
en barco de conocidos narcotraficantes de su región.
Desde esa condición que les caracteriza, incrustada en los
genes de la derecha, no es de extrañar que una y otra vez recurran a los viejos
estereotipos y a las vejaciones con Andalucía cuando creen que así pueden
conseguir algunos réditos electorales. Es el caso, también de actualidad, del
enamoradizo presidente extremeño José Antonio Monago, que acude a un vídeo
para, desde su catadura moral, comparar los “dos sures”, el de su idílica y
modélica Extremadura y el cargado de tópicos y chanzas de Andalucía. Se cree
muy gracioso el “sureño” Monago cuando esgrime que “hay que tener más sentido
del humor” para negarse a retirar una ofensa gratuita e injusta a toda una
región que si algo tiene es memoria: no olvida quienes han sido y son los
impiden su desarrollo y su avance, en pie de igualdad con las demás, incluidas
aquellas comunidades a las que una burguesía histórica ha enriquecido gracias a la
transformación de las materias primas que obtenía en Andalucía.
Albert Rivera |
Hasta las nuevas hornadas de la derecha con piel de cordero,
las que presumen de tolerancia, transparencia y sobrada preparación como las
que vienen ahora a “repoblar” esta tierra con el conservadurismo moderno de
Ciudadanos, también se dejan llevar por las salidas de tono y la arrogancia.
Albert Rivera, el líder catalán de esta novísima formación, no se arredra en
afirmar que viene a Andalucía a “enseñar a pescar”, cuando debería venir a no
quitarnos el pescado, ni el algodón ni el aceite, para dejar aquí el valor
añadido de nuestras riquezas. Procede este joven cachorro de la nueva derecha
de una comunidad que no ceja en presentarse agraviada por aquellas regiones que
reciben estímulos para superar un atraso secular y que no duda en descalificar
a los jornaleros del PER de “estar todo el día en el bar del pueblo”, como dijo
Durán i Lleida, muy en la línea del “pitas, pitas” de Esperanza Aguirre, o
aventurar que “en Andalucía no paga impuestos ni Dios”, proferido por Joan
Puigcercós.
Las fábricas alemanas, los campos franceses y los barcos de
todos los mares conocen a los emigrantes andaluces, hombres y mujeres forzados
a buscar un trabajo que en su país le niegan los mismos que hoy los acusan de
indolentes y vagos, de empecinados en impedir que la derecha imponga su
criterio y sus intereses, además desde las tradiciones y una historia de
opresión, también ahora desde el poder civil regional. Lo que no consigue con
los votos pretende alcanzarlo a fuerza de ofensas y descalificaciones. Pero es
incapaz de engaña a nadie. Andalucía sabe distinguir el insulto del
señoritingo.
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