Es lo mejor que puede hacer y lo mejor que sabe hacer: guardar silencio. Debe callar porque cuando habla pone de manifiesto su protección a los que abusan de su autoridad en las Fuerzas Armadas para pisotear la dignidad de sus subordinados y, peor aún, para no respetar a la mujer -militar, por supuesto- simplemente por ser mujer y porque le sale de sus galones al oficial de turno. En vez de refugiarse en protocolos e investigaciones que siempre desembocan en la prescripción de cualquier “falta” o en la inoperancia de toda respuesta –por tardía, por insuficiente, por inútil-, lo que puede hacer el señor ministro de Defensa -¿a quién defiende?- es callarse, asumir en su persona y cargo la misma recomendación que hace a la diputada que le recrimina en el Congreso su actitud, pero que podría haber recriminado también su aptitud, sólo valorada por el que lo nombró para el cargo.
Y es que no es un asunto intrascendente que una comandante del
Ejército denuncie a un superior por abusos sexuales y laborales y luego sufra acoso
por parte del condenado y sus compañeros, en solidaridad corporativista mal
entendida, sin que usted, supuesto garante de la legalidad a la que se atiene
el cuerpo militar y máximo responsable de su funcionamiento, no mueva ni un
dedo al tener conocimiento de los hechos. Usted se limita a mandar callar a la
diputada de la oposición que le afea su conducta, demostrando con ello la
fealdad con la que efectivamente usted gradúa su escala de valores. Si tan poco
vale la mujer en el Ejército que ni su dignidad es respetada frente al “honor”
de los oficiales, ¿por qué permite su incorporación al mismo y posibilita su
ascenso en una jerarquía tan exclusivamente viril? Evítese estos tragos, señor
ministro, e impida la carrera militar al sexo femenino de manera clara y
franca. Su ideología y su moral se lo facilitan, pues le brindan argumentos paternalistas
para ello, recurriendo al manido rol de la mujer en el cuidado de la familia,
la crianza de los niños y fuente espiritual en la que puede encontrar consuelo el
agotado y sufrido macho, séase militar o civil: un ser dotado por la divinidad
con la fuerza, la inteligencia y los cojones para proveer el sostén, la seguridad
y la supervivencia de la especie humana. La mujer, hembra al fin y al cabo, ya
se sabe, está destinada desde que Dios la creó a ser compañera indispensable
para el amor, el sentimentalismo y la reproducción. Y punto.
El único obstáculo que puede hallar el señor ministro a su
silencio cómplice con ese machismo caqui es la Constitución , que nos
reconoce como un Estado Social, Democrático y de Derecho. Es la ley de leyes la
que establece la igualdad de derechos de los españoles, sin discriminación de
ningún tipo, tampoco sexual. Y si una mujer –española, faltaría más- cumple los
requisitos para acceder a las Fuerzas Armadas, habrá que respetarla como a
cualquier militar varón de ese cuerpo jerarquizado y disciplinado, cuyo primer
cometido es defender nuestra legalidad y atenerse a nuestras leyes, a las que
ha de servir con disciplina y jerarquía. Si no, ¿para qué está?
Comprenderá don Pedro Morenés, empresario y político a
partes iguales, que el Ejército no es sólo una oportunidad para que haga
negocios desde mucho antes de ser designado al cargo gubernamental. El
departamento que dirige es el instrumento que garantiza físicamente nuestra
protección y seguridad frente a terceros países. Su funcionamiento interno, sus
normas y el escrupuloso cumplimento de nuestras leyes, han de ser no sólo impecables
en lo formal, sino sobre todo en lo real, práctico y ejemplar. El caso de la
comandante acosada por atreverse denunciar a un superior por abusos sexuales y
laborales no merecía su silencio, menos aún sus gestos barriobajeros mandando
callar a la diputada. Que se disculpe posteriormente de semejante
comportamiento tan improcedente en cualquier hombre, máxime si es una alta
personalidad, no tranquiliza a los ciudadanos y en nada resuelve el problema. Porque
usted enmienda el gesto, no la voluntad que lo expresa ni su proceder ante este
asunto que evidencia la existencia de abusos de autoridad inaceptables en una
institución del Estado, como es el Ejército. El señor ministro no ha mostrado
ninguna voluntad por atajar estas graves irregularidades que lastran,
desprestigian y enfangan la noble labor del Ejército, custodio de nuestra paz,
nuestra convivencia y nuestra seguridad. Si grave es la posibilidad de acoso
sexual en sus filas, más grave aún es la ineptitud y el silencio del ministro
responsable de dirigirlo políticamente y velar por su óptima organización.
Por ello, señor Morenés, haga lo mejor que sabe hacer: cállese
y, si sus negocios se lo permiten, váyase. ¡Ar!
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