El cuestionamiento de la iniciativa del Gobierno español y
de los responsables de la Sanidad Pública
de repatriar un enfermo con Ébola a España no busca alimentar un alarmismo social
injustificado, sino valorar la idoneidad de unas decisiones sanitarias que,
como poco, fueron controvertidas. Tampoco se trata de ofender los sinceros sentimientos
de nadie, respetables como los de todos, cuando se discuten decisiones que
deberían estar presididas por el interés general y no por comprensibles pero injustificadas
razones emocionales, personales o religiosas, sin que se prevean, en primer
lugar, los sistemas, protocolos o mecanismos de actuación rigurosos y comprobados
que garanticen la protección de la población ante el riesgo, grave y posible,
de exposición a una infección epidémica letal; y, en segundo término, la manera
más eficiente, inmediata y eficaz de tratar médicamente al compatriota enfermo
que se decide trasladar a España.
Este debate parece oportuno ante las manifestaciones de la
ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Ana Mato, en las que afirma
que se “ha demostrado que el sistema de alertas funciona perfectamente y los
protocolos se cumplen”, en alusión al sacerdote fallecido este martes en
Madrid, donde fue atendido durante cinco días tras ser trasladado desde
Monrovia (Liberia), contagiado por el virus del Ébola. ¿Realmente estábamos
preparados para abordar pandemias y enfermedades emergentes en el hospital
donde fue ingresado el paciente? ¿Era más eficaz facilitar el tratamiento
paliativo en suelo patrio que donde se produjo el contagio, junto a toda la
comunidad de personas enfermas que el misionero atendía?
No parece que las respuestas a estas preguntas ni los datos
que se van conociendo de las partes implicadas en esta “crisis del Ébola” secunden
las afirmaciones de la titular de Sanidad, pese a que asegure que su
ministerio, a través de la Dirección Pública ,
haya estado desde el primer momento coordinado con la OMS , la Unión Europea (UE) y
las Comunidades Autónomas (CC.AA.), así como con los Ministerios de Defensa,
Exteriores, Interior y Fomento, todo lo cual permitió trasladar en breve tiempo
al sacerdote infectado, aunque lamentablemente no haya servido para nada, como
era previsible. Parece que la ministra considera un logro extraordinario la
repatriación de un enfermo terminal de Ébola a España.
Precisamente, ese traslado es la primera decisión que genera
discrepancias pues parece obedecer a criterios emotivos o presiones sectarias
antes que a pautas o protocolos asistenciales de Salud Pública. Al parecer, lo
que deciden los responsables gubernamentales es socorrer a una única persona,
trasladándola a España, en vez de enviar material y medios para atender
directamente a los afectados y compañeros del repatriado en el propio lugar del
foco infeccioso, donde fallecen monjas que trabajaban junto al misionero y
donde siguen muriendo decenas de nativos locales en centros supuestamente
“hospitalarios” de una precariedad inhumana. Una decisión inaudita teniendo en
cuenta que, al no existir ningún tratamiento eficaz contra la infección por el
virus Ébola, en España iba a recibir la misma terapia paliativa que podría
habérsele administrado, al sacerdote y al resto de afectados, en el propio lugar
del contagio, sin extender el riesgo de propagación del virus a España, país aún
libre del área pandémica de la infección.
Probablemente, el envío de expertos
en enfermedades infecciosas emergentes y del material necesario a Liberia
hubiera sido menos problemático, más eficaz y menos gravoso que la repatriación
de una sóla persona, en un avión especialmente habilitado y medicalizado, y
teniendo que improvisar un hospital exclusivamente para él, al que hubo que
dotar apresuradamente de personal sanitario no entrenado para estas emergencias
y de medios y condiciones que no satisfacen las estrictas normativas exigidas. Es
decir, se privilegió a una persona, en contra de toda lógica preventiva y
sanitaria, y se desdeñó precisamente lo que movía la voluntad del sacerdote:
atender a los que carecen de ninguna ayuda ante el avance de una epidemia
mortal, como la del Ébola. Un doble desprecio -sanitario y cristiano- que no
impidió a la ministra Mato asistir al funeral del cura fallecido para
felicitarse por la “loable” gestión de las autoridades sanitarias españolas que
ella dirige. Todo un éxito.
Pero si discutible fue el traslado, la improvisación de un
hospital de acogida en Madrid fue de juzgado de guardia. De hecho, el personal de Enfermería de Cuidados Intensivos del Hospital La Paz elevó un escrito a los
Juzgados de la plaza de Castilla denunciando las “chapuzas” y presiones que se
estaban cometiendo para traer al enfermo. Hay que señalar que, tras el cierre
del Hospital Carlos III para transformarlo en un centro de estancias medias,
era el Hospital La Paz
el que, en otra decisión “iluminada” de los responsables sanitarios tanto de la Comunidad de Madrid como
del Ministerio, actuaría como centro de referencia para el diagnóstico y
tratamiento de pandemias y enfermedades emergentes. Y era a la UCI de ese Hospital General La Paz donde en principio se
pensaba ingresar al cura infectado por Ébola, sin disponer de la
infraestructura adecuada para este tipo de enfermedades (habitaciones de
aislamiento con presión negativa) ni de un personal entrenado ni formado para
estas situaciones de especial complejidad asistencial, e ignorando, incluso, el
peligro potencial de ingresar a un enfermo sumamente contagioso en un centro de
las dimensiones de La Paz ,
por donde transitan miles de personas, entre enfermos, usuarios y trabajadores,
cada día. Tras las quejas y denuncias, el ministerio opta por volver
acondicionar el Hospital Carlos III a toda prisa y saltándose todos los
protocolos, esos que la ministra dice que han funcionado tan
perfectamente.
Una planta vacía del hospital tuvo que adecuarse para reconvertirla
en unidad de hospitalización de enfermos crónicos, trasladando equipos y
personal desde el hospital La Paz
de manera improvisada y con premura de tiempo. Hasta las enfermeras de La Paz tuvieron que transportar
en sus vehículos particulares el material carente en el Carlos III. No había,
pues, en Madrid ninguna Unidad de Alertas, dotada de las infraestructuras
pertinentes (aislamientos, laboratorios, etc.), ni personal formado para
hacerse cargo de un caso de esta naturaleza y esta gravedad. El personal de la UCI de La Paz enviado al Carlos III
denuncia la falta de formación específica en infecciones peligrosas, declaradas
por la OMS como
de Emergencia de Salud Pública, y la negativa de información sobre los
supuestos protocolos de medidas de protección individual contra riesgos
biológicos o los procedimientos de actuación frente a una enfermedad de estas
características, cuyo brote africano, lejos de estar controlado, es considerado
el más mortífero de la historia moderna.
Una selección arbitraria del personal, una ubicación
improvisada y una gestión temeraria de la situación son las consecuencias de
una decisión “política” que obliga al traslado del sacerdote afectado muy
gravemente por el virus del Ébola a España, atendiendo a consideraciones que se
escapan, seguramente muy importantes y poderosas, pero que no se adecuan a los
imperativos y recomendaciones sanitarios y de Salud Pública que deberían orientar
a los responsables de la sanidad española. Algo se ha hecho mal.
¿Qué se ha hecho mal trayendo el Ébola a España? Todo, por
cuanto se ha actuado negligentemente por parte de los responsables
gubernamentales del Ministerio de Sanidad, exponiendo innecesariamente a la
sociedad española a un posible riesgo de contagio y propagación de una
infección mortal, que no tiene tratamiento ni profilaxis disponibles, y que
afortunadamente aún no cursa en nuestro país, salvo las seis alertas concretas
activadas en Madrid por el virus Chikungunya, virus Ébola, Coronavirus, Gripe
aviar A (H7N9), Poliovirus y Gripe aviar (H5N1). Con el fallecimiento del
sacerdote el martes pasado se da por solventada la situación, con la
satisfacción expresada por la señora ministra. El personal que lo atendió aún
espera algún tipo de seguimiento o medida epidemiológica cautelar que garantice
la inexistencia de ninguna contaminación o contagio, mientras continúa
atendiendo a otros pacientes, algunos de ellos inmunodeprimidos y especialmente
vulnerables, en sus destinos de la
UCI de La Paz.
Afortunadamente , no ha pasado nada, pero no gracias a la
ministra, sino a la suerte.
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