Y no es chiquitín, precisamente, sino pesado y elefantiásico. Un ratón tan enorme como
Susanita se presta desde
hoy a controlar a tan escurridizo y obeso roedor y quiere encargarse de domeñar
su tendencia por arramplar con toda la despensa de la casa andaluza en la que
hace sus correrías. Algunos moradores de la vivienda habían renunciaron a cazar
al ratón y lo cebaron con porciones cada vez más abundantes de lo que suele degustar,
con tal de apropiarse de unas migas en beneficio propio. El ratón y sus
compinches engordaban sin cesar, por lo que hubo que hacer algo.
Por eso se ha querido
hacer limpieza: primero, para administrar con celo todo lo que el ratón sería
capaz de zamparse si lo dejaran; y segundo, quitar de en medio a los
irresponsables que alimentaban a un animal insaciable con lo que conseguían de
cualquier despensa que no fuera la suya.
Susanita conoce al ratón
y ha cogido la escoba. La chica había crecido en la casa y conoce bien todos
sus rincones. Viene con fuerzas y ganas, pues por algo es joven y decidida. Jura
que será implacable y que está dispuesta a demostrarlo, aunque desde derecha e izquierda podrían lloverle zancadillas
por parte de quienes, gracias al ratón, tenían justificación para entretenerse
y disponer de un plato en el comedor de la casa. Se trata de una tarea ímproba la
de abrir ventanas, tirar muebles viejos y desalojar estancias para procurar dejar
al ratón sin resquicio para la escapatoria y sin cómplices que sacien su voraz apetito.
Así se convertirá Susanita en la primera mujer que asuma la gobernanza del
caserío andaluz, levantando tal vez excesivas expectativas entre los inquilinos
y el vecindario, una muchedumbre atenta y dividida ante la envergadura del reto.
Una mayoría desea que pueda desratizar aquella casa hasta controlar la plaga,
pero otra minoría apuesta por que el ratón seguirá escabulléndose de cualquier esfuerzo
por atraparlo.
Y es que el ratón de
Susanita, además de enorme, es listo como el hambre. Su volumen evidencia la
habilidad que tiene para aburrir a los moradores de la vivienda y de adaptarse
a las circunstancias más adversas. Tanto es así, que los anteriores habitantes
acabaron acostumbrándose a convivir con él, dejando que siguiera haciendo de
las suyas, hasta obligar al último de ellos a abandonar la casa por las
salpicaduras de inmundicias con las que había manchado su ropa. Ya no podía
presentarse así ante los demás y dejó los trastos a la discípula.
Ahora ella pretende
invertir la situación. No quiere depender del ratón, sino que éste dependa de
ella, controlarlo para que no prolifere pero sin hacerlo desaparecer como
especie, hasta transformarlo, ahora sí, en el ratón de Susanita, un ratón
chiquitín, que duerme sobre el radiador, con la almohada a los pies, y se
dedica a llevar regalos en forma de servicios y prestaciones a todos los que
pierden un diente de leche en Andalucía. Vamos, una especie de ratoncito Pérez.
Un cuento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario