Tres años antes, Allende había conseguido la Presidencia de
Pero otro 11 de septiembre, en 2001, la violencia volvía a ser el método para combatir a un enemigo, imaginario o real, atacando a su
población civil. Hace doce años se produjo el atentado contra las Torres
Gemelas de Nueva York, en el que un comando de suicidas yihadistas de Al Qaida
estrellaron sendos aviones comerciales, repletos de pasajeros, contra las dos torres
emblemáticas de la ciudad de los rascacielos y contra el Pentágono, causando
cerca de 3.000 muertos y más de 6.000 heridos. Otro avión, igualmente
secuestrado por los terroristas, fue derribado en Pensilvania para no darle
posibilidad de ser utilizado como un misil de combate.
De la primera fecha guardo en la memoria la sensación de una
amarga frustración que se vio materializada en la fúnebre portada que le
dedicaría al acontecimiento la revista Cuadernos para el Diálogo, que aun
conservo encuadernada. Y de la segunda, esas imágenes del derrumbe estrepitoso de
unos edificios que no pudieron resistir el impacto directo de los aviones y la
acción del fuego que al estrellarse desencadenaron, colapsando las estructuras.
Y, sobre todo, los miles de muertos inocentes que ambos sucesos provocaron en una población
ajena a los pulsos ideológicos, políticos y violentos que se baten los dirigentes
demócratas y terroristas del mundo.
Cada año, como hoy, el día 11 de septiembre me hace dedicar un minuto
de silencio a tantas víctimas de la sinrazón y la barbarie que son sacrificadas
en nombre de unos ideales que a ellos nunca alcanza. Y lo hago porque siempre tropezamos una y otra vez con la misma piedra y estamos dispuestos a repetir la vieja historia de la opresión y la fuerza con la que se dirime la convivencia entre pueblos y países.
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