Aun cuando están rolando imperceptiblemente los vientos (nuevos delitos que penalizan el quebranto de los derechos de autor), todavía
estamos acostumbrados a bajarnos de Internet lo que sea, a condición de que sea
gratuito. No queremos pagar por ningún producto cultural -sea disco, libro o
película-, aunque ello condene la creación artística a la extinción por inanición.
Renegamos de doblarla si no es previo acuerdo de remuneración “digna”, pero
exigimos que los creadores trabajen altruistamente porque nos conviene. No
reconocer méritos ajenos ni valorar la dedicación de escritores, músicos o
actores, entre otros profesionales, es marca de estos comportamientos suscritos
al gratis total. Aquí, en este país, somos más listos que nadie en el mundo y
buscamos resquicios para colarnos por la cara y conseguir de “pescua” cualquier
capricho que se nos antoje. Eso sí, pagamos religiosamente los espectáculos del
divertimiento patrio (fútbol, toros, etc.) y aceptamos que los bares no regalen
el alcohol. Establecemos unas prioridades donde la cultura queda reducida, en
nuestra apreciación social, al nivel en que no merece la pena pagar por ella. Creemos
que no es importante, no sirve para nada y, si despierta algún interés, nos la
bajamos gratis de Internet. Por eso, el Gobierno, con la intención de apuntillar
a un sector tan despreciado, lo grava con un 21 % en el IVA, casi como si fuera
artículo de lujo, con lo que hace menos asequible su consumo y disfrute. Entre
unos y otros están consiguiendo lo que no pudo la dictadura en cuarenta años:
callar las voces de los que interpretan y dan a conocer nuestras vicisitudes colectivas
y los difíciles tiempos que nos ha tocado vivir. No queremos testimonios de nuestra
Historia porque preferimos ser protagonistas sumamente gorrones. Total, ya
alguien en el futuro se la podrá bajar de donde sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario